Pablo
Picasso alguna vez dijo “todos los niños nacen artistas. El problema es que
sigan siendo artistas mientras crecen”. Eso somos cuando somos niños: soñadores.
En mi caso particular cuando tenía entre 4 y 6 años mi mayor orgullo era
simplemente hacer parte del grupo de amigos de la manzana 9 en el barrio la Campiña de Suba. No sé si era el color del pasto o los atardeceres con esos
tonos rojizos, pero desde muy temprano sentía que momentos así no volvería a
repetir. La palabra es magia. El lugar era mágico en todo sentido.
Aunque
la mayoría de las veces la zona comunal estaba llena de amigos, tardes enteras
jugando ponchados, en algunas ocasiones la encontraba sola. En esa época me
compraron una bicicleta roja marca Standard. Esta cicla tenía un significado
especial para mí porque la fábrica quedaba justo al lado en donde mi padre
tenía una fábrica con mi abuelo en Soacha.
Unos
bloques de cemento hacían un caminito por todo el borde de la zona comunal. Pase
muchas tardes dando vuelta tras vuelta sin parar de soñar. Pero lo más valioso
que recuerdo es que esta, como no era una cicla moderna, tenía cuatro grandes
tornillos de donde se desprendía el manubrio.
Son
muy claras estas imágenes en mi mente. Las mil veces en que soñé con oprimir
uno de esos tornillos para salir volando. Desde hacía tiempo no tenía
esta sensación en mi vida. Que solo hace falta soñar para poder volar.
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