Cuando era niño vivíamos en el barrio la Campiña en Suba.
Una tarde mis padres llegaron a casa con un regalo particular, y junto a mi
hermano mayor empezamos gritar ¡un betamax, un betamax, un betamax! Para
celebrar la compra fuimos a Betatonio y alquilamos la maravillosa película La
historia sin fin, una adaptación de la famosa novela de fantasía (1979) del
escritor alemán Michael Ende. Recuerdo que vi esta película una y otra vez
durante todo un fin de semana. Y ahora que lo pienso el mensaje principal de La
historia sin fin me ha acompañado toda la vida. Son nuestros sueños los que le
dan sentido a la vida. Es nuestra capacidad de maravillarnos por los detalles
más pequeños lo que nos permite ser felices.
En 2008 el famoso escritor en tecnología Nicholas Carr
publicó un artículo con el sugestivo título Is
Google Making Us Stupid? Desde entonces ha surgido todo un debate sobre el
impacto de las nuevas tecnologías en el cerebro. Para algunos autores gracias
Internet hoy en día somos “más estúpidos”, y para otros autores, hoy en día
somos “más inteligentes”. De hecho, ese mismo año el gurú de los nuevos medios,
Don Tapscott, publicó su influyente libro Grown
Up Digital en el que presenta una visión totalmente distinta a la de
Nicholas Carr. Según Tapscott la Generación de la Red (aquellos nacidos entre
1977 y 1997), los primeros en crecer rodeados de tecnologías digitales, “son
más inteligentes, capaces e innovadores que otras generaciones”.
Sin embargo hoy no pienso meterme en este debate. Todo lo
contrario mi opinión es que, muy en el fondo, existe otro debate mucho más
relevante para todos nosotros. Tal vez el tema no sea tanto si la tecnología nos
hace más inteligentes o brutos. El problema es si esta nos ayuda a ser más
felices o infelices. Debo reconocer que como profesor universitario cada
semestre me es más difícil sorprender a mis alumnos. Aunque seguramente cuando
también yo era estudiante miraba la ventana y me volaba de tanto en tanto,
siento que genuinamente las nuevas generaciones son distintas. Me
preocupa en serio que por andar metidos en nuevas tecnologías, videos en YouTube, Facebook,
y películas como Avatar etc. nuestros estudiantes estén perdiendo la capacidad
de maravillarse con la vida. El problema es que la felicidad surge cuando uno
aprende a sorprenderse por los pequeños detalles.
Este en realidad es un asunto serio. En 2006 el profesor en
psicología de la Universidad de Harvard, Daniel Gilbert, publicó el fascinante
libro Stumbling on Happiness en donde
explica estos conceptos a partir del funcionamiento del cerebro. Décadas de
estudio de la neurociencia han permitido concluir que los seres humanos “nos
acostumbramos a una velocidad impresionante a nuestras posesiones”. Por ejemplo,
tener un BMW le puede generar inmensa felicidad al comienzo. Pero muy pronto
esta felicidad empieza a desvanecer. La situación se empeora en un mundo
hiperconectado lleno de opciones. Peor aun hoy los jóvenes con menos ingresos
conocen un mundo lleno de posibilidades en la red, pero de carencias en la vida
diaria.
Para soportar mis argumentos quisiera presentar mi
experiencia personal sobre el tema. En el colegio siempre que había un estreno
hacíamos cola por horas en el Bulevar Niza para poder ver una película. Hoy en
día tenemos miles a nuestra disposición en Netflix o Cuevana y nos da pereza.
Cuando pude comprar mi primer portátil literalmente me quedé mirándolo toda la
noche. Soñaba con toda la música que podría escuchar y hoy en día es un hecho
tan natural como si no tuviera valor. Es lo que el famoso psicólogo de la Swarthmore College, Barry Schawartz, llama “la paradoja de la elección”. Ya nada parece sorprendernos a adultos y jóvenes por igual.
profe la verdad, es que es esta fue la lectura que mas me llego a mi como persona, como andres quintero.
ResponderEliminary le digo por que la lei. Por que esta es la frase que le dicen a muchos jugadores cuando llegan a un equipo profesional!!!
muy bueno el artículo, lo felicitoo profe!!!!!
att. ya sabe quien jajajajaja!