Fuente:
Cromos.com.co
Autor:
Jairo Dueñas Villamil
De todas las peripecias y todos los
méritos para montar una gran empresa de la nada, él agradece las clases de
contabilidad que le dieron en su colegio en Jenesano, Boyacá, antes de venirse
a trabajar en Bogotá como mensajero. Del tejo, la cicla y la media blanca, al
golf, el Jaguar y unos suntuosos Ferragamo. Otro Jesús con don de gentes
¡Así
suena su risa! Muy lejos del sofisticado vals y más cerca de la guacharaca y la
música guasca. Su risa, ingenua y sin modales, es de las pocas cosas que
todavía lo conectan con la vereda Paeces, en Jenesano, Boyacá, su entrañable
tierra nativa tan distinta y distante de su empinado penthouse en Bogotá.
Lo
veo acercarse, tras una estela vistosa de muchas cosas a sus espaldas, incluido
un valioso jarrón veneciano en forma de alfil, unas cortinas pesadas color oro,
un Jacanamijo y, una columna de mármol, una pareja bailando de Maripaz, un gran
florero repleto de rosas y una escalera doble que delata que hay otro piso
abajo y otro arriba, en un boquete tan evidente y vistoso como la boca abierta
de una ballena blanca en medio de la sala.
Todo
parece muy ceremonial y en su puesto, hasta que se acerca nuestro anfitrión y
suelta una de sus carcajadas que desbarata cualquier protocolo. Así es Jesús
Guerrero, un niño de 48 años, que a los 15 salió del campo para Bogotá a
trabajar como mensajero y tres años más tarde creó Servientrega, su propia
empresa que hoy cumple tres décadas.
Traje
negro Le Collezioni, su mano izquierda anclada a un Rolex y sus pies flotan en
unos zapatos oscuros Ferragamo. Atrás, muy atrás, quedan los días en que se
ponía medias blancas y las mostraba con orgullo porque era lo “in” en su pueblo
papero y frutero. Hoy, admite haber aprendido modales y que las blancas sólo
combinan con guayabera. Sobre una mesita en su estudio un avioncito metálico
parece volar sobre un delgado soporte, es la última tentación en la que ha
caído –después del botox para borrar las patas de gallina–: su jet privado para
hacer sus vueltas y atender a sus clientes con Moët & Chandon y Cristal. Su
Jaguar beige 2008 ya es historia. Son los vuelos del séptimo hijo, entre 13, de
Rosa Helena y Concepción, una pareja que le enseñó a compartir y a saber
relacionarse.
Aunque
Jesús junior no ha llegado del colegio, no nos quita los ojos de encima desde
su enorme retrato con un ampuloso cuello blanco lleno de brocados. Todo un
orgullo para su padre, como el pesado bodegón, de Ana Mercedes Hoyos, con un
platón de frutas en bronce sobre una mole de 350 kilos, que puede hacerse girar
con un ligero movimiento de su mano. Una gracia más para sus invitados. Ya no
tiene el bigote de Jorge Negrete, tampoco la camiseta con el letrero de Playboy
que muestra en sus conferencias, cuando apenas comenzaba en el negocio de las
encomiendas, y mucho menos ganas de otro año sabático para intentar aprender
inglés en Boston. Lo que aún conserva es la factura de su primer envío, su
memoria de 15 reinados de belleza y el orgullo de que su segunda esposa, Andrea
Paola Garzón, fue Señorita Cundinamarca en el 2002, el año que ganó Vanessa
Mendoza.
Él,
además de ser un hombre con estrella, tiene su corona. A la hora de empezar a
conversar, es su perfume el que primero habla y se toma la palabra
intensamente.
¿Y ese perfume?
Creed,
un perfume inglés que utilizan desde 1700 todos los reyes y ahora me tocó a mí.
Las personas exitosas salen adelante por una habilidad, ¿cuál es la suya? Yo
creo que la habilidad mía es la empatía con la gente. Claro que mi profesor de
matemáticas de la escuela, hoy asesor jurídico nuestro, dice que él me enseñó
sólo a sumar y a multiplicar, y que no aprendí a restar ni a dividir.
¿Usted es profesional?
Cuando
la gente me pregunta eso, yo les digo que soy profesional desde el momento que
tomé la decisión de ser empresario, porque desde entonces hago todas las cosas
profesionalmente. Recién el gobierno de Francia me dio un título Honoris Causa
en Ingeniería en la Universidad de Metz, por eso ahora cuando me preguntan por
mi profesión, digo: “l’ingénieur”.
¿Hay algo del provinciano que fue que se
resiste a cambiar?
Pues
yo creo que me ha quedado muy poco de Jenesano, porque allá uno andaba era en
alpargatas sin medias. Después ya uno fue más sofisticadito, entonces se ponía
medias, pero las medias tenían que ser blancas, era como lo “in” del pueblo. Me
acuerdo que mucho tiempo duré con medias de color blanco y uno sacaba la pierna
y la estiraba orgulloso. Hoy, yo creo que uno usa esas medias estrictamente
para un evento que sea de blanco.
¿Qué les dice a los que lo ven como un
bicho raro porque viene de abajo?
Mire,
como yo digo: yo no hablo mal de los pobres porque de ahí vengo, y no hablo mal
de los ricos porque para allá voy.
¿Cuántos años tiene?
No
más 48 años, esperemos que dure un poquito más. Bueno sería llegar a los 70
años o 75 años realmente bien, pero uno se tiene que preparar para eso.
¿Le molesta envejecer?
No,
cuando me preguntan mi edad sencillamente digo: “Yo vengo del 15 de abril de
1964”.
¿Una tentación en la que haya caído?
Caí
con el botox. Mi esposa fue la que me dijo: “sería bueno que te pusieras botox
porque mira las arruguitas y hay que ayudarse”. He utilizado el botox con el
doctor Sergio Rada, mi compadre y amigo, y con Giovanni Bojanini. Lo que pasa
es que yo hago muchos gestos entonces me sale bastante la pata de gallina.
¿Otra tentación reciente que se pueda
contar?
Bueno,
yo creo que este pequeño juguete que compré, un Phenom 100 ejecutivo privado
(levanta de una mesita, como si fuera un trofeo, la réplica de un avión a
escala).Claro que la tentación no fue de ahora, la tentación fue de hace unos
cinco años, lo que duraron construyéndolo, porque de esos vendieron cerca de
mil aviones y el mío es el único que hay en Colombia. Lo fui pagando a cuotas y
me lo entregaron recientemente.
Una espera larga.
¡Larga!
Pero se justificó, porque es que tengo que moverme a Lima, Quito, Guayaquil, a
Panamá, a República Dominicana, a Miami, y como tengo negocios en esos lugares
tengo que estar viajando mucho, entonces uno gana mucho tiempo. No es tanto una
vanidad, como una necesidad.
¿Qué tiene ese avión de especial?
Digamos
que este es uno de los aviones jet más económicos que hay en el mundo. No tanto
económicos en el tema de plata, sino en el tema de hora de vuelo. Porque,
normalmente, un avión puede valer un millón de dólares pero el costo de hora de
vuelo vale 3.000 o 4.000. Este vale 700 dólares. O sea, si yo vuelo a Cartagena
que se gasta una hora, y vale 700 dólares, ida y vuelta son 1.400 dólares. Eso
es supremamente económico para la categoría de los aviones.
¿Y este juguete cuánto le costó?
Cuatro
millones de dólares.
¿Y por dentro le puso su sello?
Viene
muy personalizado pero se utilizó mucha alfombra azul oscuro, con cojinería
gris y madera beige, muy bonito. No da para tener azafata, entonces yo mismo
atiendo a mis invitados con champán Cristal, Dom Pérignon Rosé o, mínimo, Moët
& Chandon.
¿Cuántas horas de vuelo lleva?
Este
no lleva mucho, tiene cien horas de vuelo
Jesús Guerrero ¿qué tiene de Jesús?
Yo
me iba a llamar Jesús Antonio, pero mi papá cuando llegó a registrarme al
pueblo, Jenesano, Boyacá, se le olvidó el Antonio y quedé Jesús. Cuando estoy
en la iglesia y escucho: “Jesús, ayúdanos”, yo me lo creo. Ayudamos y, lo que
es más importante, damos empleo. Aquí en Colombia tenemos cerca de 11.750
empleados solo con Servientrega, y a nivel ya de todas las aliadas y los países
tenemos 22.000.
¿Y de Guerrero qué tiene?
Soy
un luchador, por ejemplo, cuando voy a jugar golf con mis amigos y voy
perdiendo les digo: “!ojo¡ Que mi apellido es Guerrero”. Y cuando termino de
jugar o les empato o les gano. No me amilano ante las circunstancias. Junto con
mis otros hermanos somos bastante batalladores.
¿Qué quería ser cuando chiquito?
Quería
ser empresario. A los diez años vendía cilantro en la plaza y mis hermanas se
ponían de mal genio porque ellas ya estaban estudiando en el bachillerato. A
los catorce años vendía conejos. Y antes de cumplir los dieciocho años monté
Servientrega.
¿Jenesano es la tierra de qué?
Hace
35 años allá era muy buena la papa, la fruta, el maíz y las arepas, pero en la
medida que la gente ha migrado a las ciudades, hoy es difícil conseguir a
alguien que trabaje la tierra.
Una escena suya, cuando no era nadie.
Cuando
Jesús no era nadie, en el pueblo haciendo la primera comunión, con diez años,
con el cirio, y todo flaquitico al lado de mi hermano, Eugenio, que era más grande.
Andaba feliz porque tenía ilusiones, tenía sueños, pero no tenía nada.
¿Y su primera imagen de empresario?
La
muestro mucho en mis conferencias, ya llevo unas 105 en varias universidades.
Es una imagen en la cual yo tenía unos 19 años, hacía ya como un año había
montado la compañía, y estoy con los pies sobre el escritorio y una camiseta
que decía: “Playboy”. En mis charlas la pongo y pregunto: “¿haría usted
negocios con este señor?”. La gente suelta la risa.
¿Y qué tenía en la cabeza, ese playboy?
Yo
ahí aspiraba a tener una compañía muy grande, con unas 150 oficinas, unos 100
carros y con una facturación de 500 millones. Esa era mi meta hace 30 años,
pero me quedé muy corto porque hemos pasado de lejos lo que pensaba en ese
momento. Ya estamos en un billón con varias de las empresas aliadas.
Ha pensado ¿qué sería hoy si no hubiera
salido de la vereda Paeces en Jenesano?
Pues
hubiera sido un agricultor, con muchos hijos, pero feliz. Sin deberle un peso a
nadie, sin tener crédito, como cualquier obrero del común. Pero gracias a Dios
eso no sucedió porque mi papa, Concepción Guerrero Guerrero, siempre nos decía:
“Ustedes tienen que relacionarse muy bien. Si ustedes se relacionan con un
mensajero, serán mensajeros, si usted se relacionan con un empresario van a ser
empresarios”.
¿Y de dónde sacó eso su papá?
Siempre
nos inculcaba: “¡relaciónese bien!”. Así lo había vivido. Él muy a sabiendas de
que era un campesino, duró varios años como concejal, en Jenesano y hasta se
relacionó con el gobernador de Boyacá. Él terminó siendo político. Era un líder
y, además, lo buscaban para repartir las tierras de las herencias, entonces lo
que decía Concepción Guerrero era lo que se hacía. Para completar tenía el don
de curar a las personas cuando se fracturaban, era sobandero. Murió hace seis
años.
Siguiendo el consejo de su papá, ¿cuál
fue su primer contacto, la primera persona con la que se relacionó?
La
primera persona que conocí en Bogotá fue a Rodrigo Vásquez, el contador de
Transporte Messagross, la empresa donde yo venía a trabajar. Desde los 15 años
hasta antes de los 18 años, trabajé como mensajero cobrador. De él me hice muy
amigo, lo primero que me enseñó fue cómo eran las calles y las carreras, para
dónde aumentaban y para dónde disminuían, posteriormente Rodrigo se casó con
una de mis hermanas.
¿Cuándo le dijeron que iba a ser
mensajero, le gustó la idea o usted tenía en la cabeza otra cosa?
No,
yo en esa época tenía en la cabeza que tenía que aprender, porque era la
primera vez que venía a Bogotá. El salario mínimo eran 3.500 pesos y me pagaban
la mitad porque era menor de edad. Parte de haber creado Servientrega es que vi
que la empresa en la que trabajaba no crecía. Fue cuando dije: “¿Yo qué hago
aquí? Creo que tengo capacidad de montar mi empresa”. Y ahí fue la decisión que
tome para crear Servientrega.
¿Qué le hizo pensar así?
Había
movimiento de paquetería pero en la facturación no se veía reflejada, entonces
como a uno de mensajero le dan para autenticar los balances, yo veía tres
millones quinientos mil pesos de activos, y tres años después tres millones
quinientos mil pesos de activo. Entonces yo dije, bueno, yo voy a ir a decirle
al gerente que es un inepto, y fui y le dije un viernes y, claro, me pidieron
la renuncia, entonces me fui a la Cámara de Comercio y escogí tres nombres:
Servientrega, Express Seis y Serviexpress, y el que más me gustó fue Servientrega.
¿Por qué? Ni la más remota idea, eso fue sin estudio de mercado, sin análisis.
¿De dónde sacó los nombres?
No
sé, simplemente los dije. De pronto, con Express Seis era porque quería
entregar paquetería en Cali y Buenaventura en seis horas. A los tres los
registré, y después, Carlos Flórez, un tipógrafo, me regaló unas tarjetas de
presentación que decían: “Servi-entrega, (en color azul) y Jesús Guerrero:
representante, transversal 57 # 1B - 08, y un teléfono que no recuerdo”. Eso
era en Bogotá en el barrio Galán, un primer piso donde vivía con varios de mis
hermanos.
Son trece, ¿cuántas mujeres y cuántos
hombres?
Ocho
mujeres, cinco hombres, pero de los cinco hombres se murieron dos cuando
pequeños, uno tenía unos seis años y el otro unos ocho, de enfermedades que a
uno le daban en esa época y no había forma de ir a un hospital. Quedamos once.
La mayor hoy debe tener unos 56 años y se llama Inés. Y el menor debe tener
unos 36 años, y es otra mujer, Edelmira. Yo soy el séptimo.
¿Salió del pueblo como bachiller experto
en mecanografía y taquigrafía?
No
alcancé a terminar mi bachillerato en Jenesano, pero lo más importante de haber
estudiado allá fue haber aprendido todo el tema contable, porque era un
bachillerato comercial, entonces a uno le enseñaban contabilidad, taquigrafía,
a escribir a máquina y eso me ha servido muchísimo en mi vida.
¿Hasta qué curso llegó?
Yo
ahí llegué como hasta tercero de bachillerato, después fui a terminar mi
bachillerato a Bogotá, al colegio El Carmen mixto, en el barrio Ricaurte, calle
10ª con carrera 28. Trabajaba de día y estudiaba de noche.
¿Cuál fue el primer envío que hizo?
El
primer envío que hice fue un sobre de Transportes El Proveedor, ese lo recogí
en Bogotá y lo envié a Buenaventura el día viernes 12 de marzo de 1982, hace 30
años. Llamé a un primo en Buenaventura que se llama Cristo Daza y le dije: “acabo
de montar una empresa, necesito que me preste un mensajero”.
¿Y en qué lo mandó?
Lo
mandé por bus. Y al día siguiente fui a Transportes Z, a Baterías Mac, a
Almacenar, donde yo conocía gente y les dije: “nosotros (me nombré
representante de una multinacional), llegamos primero que Flota La Macarena a
Buenaventura. Somos una multinacional que va hasta Cali en avión y de Cali sale
un carro que llega a Buenaventura”. ¡Mentira, yo mandaba como todos por Flota
La Macarena! Esa es la historia, de un ranchero enamorado. Ya había otras
empresas de mensajería que llevaban a Cali, Medellín, Barranquilla, pero nadie
llevaba a Buenaventura.
Siempre hay una cifra simbólica con la
se empieza un negocio. ¿Cuál fue la suya?
Mi
liquidación como mensajero era de $32.000, de los cuales dejé $17.000 para
montar la papelería, y con los otros $15.000 me compré cinco vestidos y cinco
corbatas. Entonces yo en la mañana iba y ofrecía el servicio, y en la tarde me
quitaba la corbata, me ponía un buzo, y volvía a aparecer y recogía las encomiendas.
Y mis clientes me decían: “pero, luego, ¿usted no es el representante?”. Les
respondía que lo que pasaba era que había mucho trabajo y que yo tenía que
ayudarles a recoger. La verdad era que el único empleado era yo.
¿Cuándo entra su hermana Luz Mary?
A
los cinco meses de haber arrancado, primero le dije a Pury Guerrero, otra de
mis hermanas, que fuera socia pero me dijo que no. Después me fui a donde Luz
Mary y cuando me estaba diciendo que no, en ese momento sale su jefe, Nelson
Hernández, y me dice: “Si quiere yo también me meto con ustedes”, y entonces,
Nelson Hernández entró como socio con su hermana, Cristina Hernández, o sea que
ahí ya quedamos cuatro socios. Los dos hermanos Hernández duraron como dos meses
de socios y después dijeron: “no, no, esto no sirve, esto es muy chiquito,
hasta luego”.
¿Y quedaron sólo los dos hermanos de
socios?
No,
finalmente, entra como socio Julio Roberto Moreno, y en la escritura de
constitución ya en noviembre de 1982, quedó Luz Mary, Julio Roberto y Jesús de
socios, los tres. Esa es la primera escritura. Como al año, Julio Roberto nos
vendió su participación en $150.000 y ya después sí nos quedamos Luz Mary y yo.
Ya sabemos que cumplió su sueño. ¿No
tuvo otro sueño?
De
pronto quise ser ciclista cuando me regalaron una monareta y me iba hasta el
pueblo pedaleando y sentía que tenía piernas fuertes. Usted sabe que en esa
época Boyacá tenía grandes ciclistas. Yo tenía por ahí unos 12 años, pero
finalmente el sueño se truncó cuando viajé a Bogotá a ser mensajero.
¿En Bogotá murió su idea de ser
deportista?
No,
cuando llegué acá en 1979 empecé a jugar futbol en El Salitre y era muy buen
puntero izquierdo, hasta que en un partido me fracturaron la tibia y el peroné.
Si no me hubieran trabado tan duro entrando en las 18, estaría en la fama como
Falcao.
¿Y su papá lo sobó?
Mi
papá llegó como a los tres días y me dijo que con tres sobadas me dejaba bien,
pero yo me acordaba cómo gritaba la gente cuando mi papá los sobaba y preferí
que me pusieran yeso con el Seguro Social en la San Pedro Claver.
¿Qué recuerda de su mamá, Rosa Helena?
Una
mujer emprendedora, ella nunca se quedó atrás en esa época que siempre era la
mujer como un poquito atrás del hombre, no, ella era a la par de mi papá y
tomaba sus propias decisiones
¿La gran enseñanza de ella?
Que
ella siempre tenía un pedacito de comida para cualquier persona, siempre
buscaba un plato de comida adicional para alguien. Murió hace nueve años. Y
murió porque en Jenesano tenían que cocinar con leña, y los pulmones se le
fueron deteriorando con el humo, como si hubiera fumado toda la vida, y nunca
fumó. Un momento de su vida que cambiaría. No haber podido disfrutar más a mi
mamá y a mi papá, porque mi papá murió a los 75 años y mi mamá a los 73,
personas muy jóvenes que en el campo les tocó sufrir muchísimo.
Un
momento de su vida que cambiaría.
No
haber podido disfrutar más a mi mamá y a mi papá, porque mi papá murió a los 75
años y mi mamá a los 73, personas muy jóvenes que en el campo les tocó sufrir
muchísimo.
¿En qué o en quién cree Jesús?
Yo
creo en Dios y en la Virgen. La Virgen del Carmen y la Virgen de Guadalupe. La
visito con frecuencia en Ciudad de México.
Alguien
entrañable, un amigo que haya perdido. Pero no porque haya muerto, sino porque
se hayan distanciado.
Tony
Pombo, que fue un periodista económico muy importante en Colombia, aunque ya
nos hemos vuelto a reencontrar. Digamos que él me abrió muchas puertas, me
llevaba a los cocteles, me acompañó a Nueva York la primera vez que fui a
Estados Unidos en 1990. A medida que uno mantiene más ocupaciones va dejando de
lado a sus amigos iniciales y va ganando otros amigos, igual que también va
ganando el entorno. Y el entorno, hoy en día, es mi segundo matrimonio, con un
niño de 5 años y uno de 3 años.
¿Cómo se llaman?
Jesús
y Sebastián, los dos del segundo matrimonio y del primero se llaman Katherine y
Steven, que es el pelado que se accidentó hace tres años. Él corría en
Inglaterra, quedó subcampeón en la Fórmula 3 británica, y vino a inaugurar una
pista, se montó en una moto, no llevaba casco y se estrelló con una tractomula
en el Guamo, Tolima. Su recuperación ha sido un milagro, porque ese muchacho
para los médicos estuvo muerto, parapléjico o cuadripléjico, y hoy está
caminando perfectamente, hoy sale a hacer sus vueltas normales, aunque no
maneja todavía. El Espectador le hizo un homenaje el año pasado.
¿Lo malo de no tener plata?
Lo
malo era que uno no podía gastarles a los amigos.
¿Y lo malo de tener?
Lo
malo de tener, es que realmente uno crea muchas amistades falsas que buscan
siempre un interés. Amigos no de corazón sino de bolsillo.
Hay mucha gente interesada. ¿Usted está
curado en eso?
Sí,
sí, bastante. Antes yo iba a todos los cocteles, hasta a los que no me
invitaban. Hoy en día voy a muy poquitos. Ese afán de ir, del protagonismo, de
estar, ya no me lo como. El evento tiene que ser muy selecto para ir, si no, no
voy. Prefiero estar en mi casa, porque a mis hijos del primer matrimonio no los
gocé, ¡qué hace que Jesús Guerrero Garzón tenía un año y ya hoy tiene seis!
Si
tuviera que dejarlo todo menos una cosa, ¿con qué se quedaría usted?
Yo
me quedaría con la familia.
Una afición.
Antes
mi deporte era el tejo y hace 15 años lo cambié por el golf porque me decían
que los negocios se hacían en un campo de golf.
¿Y le fue mejor?
Pues
yo creo que sí, al menos he conocido mucha gente. Si no hubiera jugado, no
hubiera conocido a Camilo Villegas ni a Vijay Singh, de las islas Fiji.
¿Y no le hace falta el tejo?
Cada
vez que voy a Jenesano me echo mi manito. Y aquí hay varias canchas, en la
calle 80 con carrera 24, la última vez que jugué fue hace como unos seis meses.
Y ya se ve gente bien de corbata, ya no es la ruana la que domina.
¿Le gusta leer?
No,
no me gusta. A mí me han regalado gran cantidad de libros y todavía están
intactos. Pero ¿sabe por qué no me gustó leer? Porque en la época en que estaba
aprendiendo, me sentaban delante de mi papá con el rejo al lado. Y lea. ¡Ay!
“hijuemadre” y uno leía en voz alta como tres palabras y después del susto no
salía nada, y claro, mi papá me cascaba.
¿Y cómo se siente en su oficina tan
cerca de una de las bibliotecas más valiosas de Colombia?
Sí,
la biblioteca de Nicolás Gómez Dávila. Pues, digamos que esa estaba en la casa
de la 77. Esa casa mi hermana la tomó en arriendo, la organizó, estaba caída
desde hace 15 años. La tiene supremamente linda. Pero esa biblioteca se la
llevaron hace como un año. Creo que la familia de Nicolás Gómez se la vendió al
Banco de la República. Pero, realmente, no nos la dejaban ver.
¿Una mala decisión que me pueda contar?
Digamos
que una de las malas fue haber invertido en la compra del 10% de un Banco que
se llamaba Banco Nacional del Comercio, que era el Banco de Caldas, y que
Fenalco lo compró y nosotros, más o menos 1.800 comerciantes, compramos, fuimos
los que invertimos 10 millones de dólares, con plata prestada del Banco
Ganadero. Después compramos las acciones a 20 pesos y las vendimos después de
10 años a cero. O sea, perdimos esa platica.
¿Y una buena decisión?
Buena
decisión haber creado Servientrega.
Sé que el tema de las reinas le
apasiona.
Al
reinado fui sin falta durante unos 15 años. De hecho me casé con una reina.
Andrea Paola Garzón fue Señorita Cundinamarca en el 2002. Claro que yo me
conocía con Andrea mucho antes de ir al reinado. Pero cuando iba a Cartagena
acertaba al menos en las cinco reinas finalistas.
¿En cuáles?
Paola
Turbay, Catalina Acosta, Andrea Noceti y Carolina Cruz, a quien yo di como
ganadora y aunque no ganó hoy es una de las mujeres más bellas de la
televisión.
¿Para usted qué es el buen gusto?
El
buen gusto es saber comer, es vestirse bien, es tomarse un buen vino, es estar
bien acompañado, es estar siempre con la señora.
¿Y lo trasnocha la etiqueta?
No,
realmente no. La primera vez que tuve una jefe de prensa fue Vilma Calderón,
cuando fuimos a inaugurar Servientrega en Ecuador, hace unos 19 años, ¡y me
pegaba unas regañadas!: “¡pero usted tiene que sentarse así! ¡Pero no haga eso
que usted es el presidente!”. Y sabe qué... nunca le hice caso.
¿Qué quiere que diga su epitafio?
“Por
aquí pasó un niño que dejó huella y generó empleo, síganle los pasos”.
¿No cree que su vida daría para una
novela como la de Los Reyes?
Pues,
yo creo que sería un poquito más grande que Los Reyes. Caracol me propuso en
alguna oportunidad que hiciéramos una novela sobre mi vida. Pero, consultándolo
aquí con mi esposa y mis hijos, decidimos que la vida privada es privada.
No
hay más que hablar, va tarde a una cita. Le encarga a sus dos empleadas que nos
atiendan. Se esfuma por unos minutos y luego aparece con un carrito de supermercado
donde carga su iPad, un cargador, un maletín y una chaqueta, me da su número
privado, insiste en que me tome algo y desfila hacia la puerta principal de
madera roja, custodiada por una réplica de un guerrero de terracota de Xi’an.
¡Voló Jesús!
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