Andrés Ramirez tuvo que tocar fondo para
descubrir el verdadero potencial en su corazón. Aquí la historia un hombre que
supo levantarse en el peor momento de su vida.
Cada
día en este mundo es una oportunidad para cambiar el rumbo de nuestro destino. Ya
sea para bien o para mal estamos al frente del volante en este trayecto. Sin
duda en una mala curva toda nuestra vida puede quedar en riesgo. Pero también, afortunadamente,
es posible rectificar el rumbo. En el momento más duro de su existencia Andrés
Ramirez logró dar ese “timonazo” hacía nuevos destinos. Hoy quiero regalarles
esta hermosa historia de superación.
Andrés
nació el 16 de mayo de 1975. En sus palabras “todas las familias tienen cierto
grado de disfuncionalidad”. Solo digamos que la familia de Andrés tenía más
dificultades que el promedio. A veces existe dinero pero hace falta paz en el
corazón. Yo siento que Dios puso en este mundo algunos tesoros. Personas que
con sus vidas nos muestran que es posible salir adelante incluso en las peores
circunstancias. Andrés es uno de estos tesoros.
A
los 15 años Andrés tuvo contacto por primera vez con las drogas ilegales. La
puerta de entrada a esta adicción fue el licor. “Vivimos en un acontecimiento
alcohólico permanente. En Colombia les enseñamos a tomar a los niños en
cualquier navidad o en la primera
comunión”, comenta. En su caso particular Andrés arrancó a tomar a los nueve
años. Luego de probar las drogas tardó unos meses en repetir la experiencia.
Pero pronto este oscuro camino se hizo aun más opaco. Andrés consumió hasta los
21 años. Los últimos tres años prácticamente fueron un infierno. Él consumía
casi todos los días de su vida.
No
quiero llenar este escrito de historias tristes. Pero en la historia de un
luchador también hay malos momentos. Fue tan fuerte la adicción de Andrés que
le llevó a conocer las esquinas más oscuras de la vida. En varias ocasiones
visitó la calle del cartucho. “Es llegar al punto que no sientes nada, ver que
están apuñalando a un ser humano a tu lado, y no sientes nada”, recuerda. Por
las drogas a Andrés lo echaron de tres universidades. Destrozó siete carros en
perdida total. Una mañana su hermanita al salir al colegio se topó con él inconsciente
en la puerta de la casa.
Todos
tenemos un punto de inflexión. A todos en algún momento el corazón nos envía una
pequeña nota “de ya no doy más”. Para Andrés este momento llegó en el día del
amor y la amistad de 1996. “Ese día compré el amor y compré la amistad. Pasé la
noche en un motel del centro”, recuerda. Lo habían echado de su casa. Estaba
lleno de deudas. No tenía amor por la vida, y cuando eso pasa, uno no tiene
nada. Solo quedaba una alternativa. Fue cuando el padre de Andrés decide
enviarlo a rehabilitación. El 23 de septiembre con tan solo 21 años, 52 kilos y
el alma quebrantada, Andrés llega a un hospital en Miami realmente sin mayores
ilusiones en su corazón.
Renacer, vivir de nuevo
“Por
un mes entero no pare de pelear en el hospital, no quería recuperarme”, recuerda.
Andrés les gritaba que estaba muy joven para estar allí. Que existía toda una
serie de drogas nuevas que quería probar. “Hagan lo que hagan yo estoy muy
joven… y de aquí salgo a consumir”, fueron sus palabras exactas en una reunión
de alcohólicos anónimos. Así de tanto en tanto en nuestra vida ciertos ángeles
nos muestran la mirada. Justo en ese momento una puertorriqueña de nombre María
Aurora le contesta “sabe que Andrés usted tiene razón en algo… usted está muy
joven, pero muy joven para morirse”
¿Muy
joven para morirme? Esas palabras tocaron las fibras más intimas de su ser.
Andrés nunca había pensado en morirse aun cuando había hecho todo para hacerlo. A veces la palabra justa en el momento justo se puede convertir en un milagro. Esa noche Andrés no pudo dormir. No paraba de pensar en todas las veces que estuvo en riesgo con una estrella en el cielo protegiéndolo. A la mañana siguiente Andrés se mira en el espejo como si no lo hubiera hecho en días, meses e incuso años. Y aquí algo maravilloso sucede. Andrés se observa de frente y dice... “cómo está de bello papito”. Fue entender el milagro de la vida. Desde ese momento Andrés se gustó a así mismo. En ese momento arrancó su recuperación.
Andrés nunca había pensado en morirse aun cuando había hecho todo para hacerlo. A veces la palabra justa en el momento justo se puede convertir en un milagro. Esa noche Andrés no pudo dormir. No paraba de pensar en todas las veces que estuvo en riesgo con una estrella en el cielo protegiéndolo. A la mañana siguiente Andrés se mira en el espejo como si no lo hubiera hecho en días, meses e incuso años. Y aquí algo maravilloso sucede. Andrés se observa de frente y dice... “cómo está de bello papito”. Fue entender el milagro de la vida. Desde ese momento Andrés se gustó a así mismo. En ese momento arrancó su recuperación.
Tras
un mes de luchar en el hospital finalmente Andrés deja doblegar su alma a
nuevos rumbos. Vivir siempre será el mejor negocio. En uno de los días de su
recuperación Andrés llega exaltado donde un amigo suyo que se está muriendo.
Ese día estaba lleno de rabia. Pero entonces su compañero le dice algo que
Andrés nunca va a olvidar “te felicito… estás sintiendo, estás vivo”.
Luego
de casi cinco meses de tratamiento Andrés dejó el hospital para nunca más
volver a consumir.
Historia de un luchador
Si
hay algo que me gusta de la historia de Andrés es su barraquera para salir
adelante. No debe ser fácil retomar el camino cuando uno a los 21 años ha
regresado del infierno de las drogas. No nos digamos mentiras, salir adelante
para nadie es fácil. Sin embargo, entre logros y tropiezos, Andrés ha sabido forjarse
un camino promisorio. En su vida ha trabajado en la bolsa, el agro, en químicos
y en bienes raíces. Tiene una hermosa familia con dos hijos maravillosos. En
2004 marchó por siete a años a los Estados Unidos y allá tuvo la experiencia de
ser un empresario exitoso. Todo su éxito profesional lo explica alrededor de
una frase muy sencilla “honrar la palabra”
Pero
el destino es caprichoso. En la historia de este luchador estaba escrito que
algún día regresaría a aportarle a los demás. De regreso al país, en mayo del
año pasado, Andrés estaba listo para atender un ofrecimiento en la industria de
la construccion en Cartagena. Era lo más lógico dado que tenía experiencia como
empresario en este sector. Pero entonces una amiga suya de muchos años, Paola
Franceschi, quien había creado una fundación hace 12 años para proteger niños
victimas de explotación sexual, le pide que le ayude a estructura el programa
de prevención.
Solo
pasaron unas pocas semanas. Y fue cuando llama a su contacto en Cartagena para
decirles que no lo esperen porque se va quedar trabajando para la Asociación Hogar
Niños por un Nuevo Planeta en donde actualmente dirige el programa de
adicciones del Hogar y el programa Mariposa, que se dedica a la prevención y
capacitación tanto en violencia sexual como en adicciones, asi como el taller
de la Felicidad.
En
ese momento Andrés entendió que todo lo que le había pasado en la vida tenía
una razón de ser. Tal vez Dios había orquestado todo a su favor. A veces con
retrovisor es fácil ver por qué pasan las cosas. La Asociación Hogar Niños por
un Nuevo Planeta que fundó Paola Franceschi atiende de forma integral (techo,
educación, salud, alimentación y evolución psicológica) a cerca de 317 niños muchos
de ellos sacados de las zonas más deprimidas de Bogotá. Andrés conoce el nombre
de cada uno de estos niños. Es un hombre feliz porque recibe más de 100 abrazos
al día.
Aunque
por supuesto todos los logros de la fundación son grupales una de las tareas de
Andrés ha sido contribuir a conseguir aliados para la fundación. La tarea más apremiante
en este momento es poder conseguir los cuantiosos recursos para una nueva sede
en Sopo. Y puedo decir con alegría que gracias al apoyo de Conalvias y otras
organizaciones vinculadas como Corona, quienes llegan gracias a la trayectoria
del Hogar y Paola, están haciendo este sueño realidad.
Alguna
vez Gandhi dijo “la felicidad es cuando lo que pensamos, lo que decimos y lo
que hacemos están en armonía”. Esta es la definición de felicidad de Andrés, quien
tiene la fortuna de vivirla cada día de su vida.
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