En
1892, el legendario psicólogo estadounidense William James afirmó “toda nuestra
vida, si esta tuviera alguna forma, es una masa de hábitos”. Más de un siglo
después, en una investigación publicada en 2006 por la Universidad de Duke, los
científicos comprobaron esta hipótesis. Se calcula que el 40% de nuestras
acciones en el día a día no son propiamente decisiones. Simplemente son
hábitos. Un hábito, definido técnicamente, es una decisión que al comienzo
somos conscientes de tomar, pero que en algún momento dejamos de pensar y
continuamos realizando permanentemente.
Los
hábitos pueden llegar a ser una bendición o un castigo. Estos varían desde
levantarse en la mañana a hacer deporte y desayunar saludablemente, hasta no
lograr concentrarse en el trabajo y fumar compulsivamente. En suma, los hábitos
gobiernan nuestra vida más de lo que nos imaginamos. Es tal su importancia que
a comienzos de los años 90, con el liderazgo del científico Larry Squire, el
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) se convirtió en el epicentro para
estudiar hábitos. Desde entonces varias investigaciones han encontrado que las
personas pueden transformar su vida entera arrancando por modificar un solo
hábito clave.
“Es
posible cambiar los hábitos si entendemos cómo funcionan”. Esta es la premisa del autor Charles Duhigg en su
reciente libro (Febrero 2012) The Power
of Habit: Why We Do What We Do in Life and Business. Entender
cómo opera un hábito es un aspecto crucial, tanto para las personas como para
las empresas y los países. En concreto, Charles Duhigg explica que los hábitos
toman forma en una región del cerebro llamada los ganglios basales. “La función
de los hábitos es principalmente ahorrarle espacio al cerebro. Es cuando
aprendemos a ejecutar acciones sin tener que decidir”, explica el autor.
Pero,
¿cómo decide el cerebro qué convierte en hábito y qué no? Es aquí donde las
investigaciones en universidades como MIT, UCLA, Harvard y Yale han encontrado
las respuestas más fascinantes. Al parecer, el cerebro crea hábitos cuando
logra establecer unos componentes muy bien definidos. Estas tres etapas son:
una señal, una rutina y un premio. Al analizar la actividad cerebral en
animales, los científicos han encontrado que todos los hábitos siguen esta
misma ruta. Aun sin percibirlo, a todos los hábitos los despierta una señal.
Fumar, ver la novela por la noche o comer comida chatarra. Todos son hábitos
que arrancan con una señal que nos llevan a realizar una rutina y obtener un
premio.
“Lo
fascinante de los hábitos es que aunque pueden llegar a ser increíblemente poderosos
también son muy débiles”, explica Duhigg. Este es un aspecto crucial para las
empresas. Ellas saben que los cambios más pequeños pueden destruir hábitos
cultivados con los años. Por esto, las empresas tienden a estandarizar sus
procesos, el servicio y las instalaciones. Romper con la cadena de los hábitos
es más fácil de lo que se piensa. A este proceso la ciencia lo llama habit reversal training. Es entender el
funcionamiento de los hábitos y echarlos para atrás.
Para
este autor los hábitos realmente nunca desaparecen, pero no significa que no se
puedan cambiar. En su libro, Duhigg muestra diversos ejemplos de personas que
arrancan por transformar un hábito clave. Las investigaciones muestran que, una
vez las personas logran realizar estos cambios, hay un cambio en sus cerebros
que mejora su vida. Todo parte de entender la estructura de los hábitos.
¿Cómo transformar un hábito?
Aunque
la ciencia ha logrado establecer muy claramente los componentes de los hábitos,
el problema es que en la vida diaria no es tan fácil identificarlos. Como
ejemplo, Charles Duhigg utiliza un hábito suyo de comerse una galleta de
chocolate todos los días por la tarde.
1. Identificar la rutina:
Para lograr cambiar un hábito, lo primero es identificar una rutina.
Lamentablemente esto es más difícil de lo que se piensa porque usualmente están
ocultas en el día a día. Para el caso de Charles Duhigg, le tardó un tiempo
entender por qué todos los días se paraba de 3:00 a 4:00 p.m. a comerse una
galleta de chocolate.
2. Experimentar distintos premios: Lo
más valioso de esta propuesta es que muchas veces lo que buscamos con los
hábitos no es lo que imaginamos. En este caso, luego de experimentar, Charles
Duhigg entendió que no era el hambre lo que buscaba satisfacer con la galleta
sino la necesidad de tomar un descanso en el trabajo.
3. Aislar la señal:
Identificar las señales de un hábito también es una tarea retadora. Los
científicos han encontrado que estas señales se clasifican en lugar, hora,
estado emocional, al encontrarnos con otras personas o después de realizar una
acción. La clave es identificar cuál es el detonante de nuestros hábitos.
4. Tener un plan:
Una vez usted tiene la estructura de su hábito: la señal, la rutina y el
premio, puede emprender un plan para cambiarlo. Esto se logra, según Charles
Duhigg, experimentando con distintas rutinas. En su caso particular solo pudo
dejar la galleta de chocolate cuando empezó a utilizar ese tiempo para
conversar con sus amigos.
Dos casos de éxito de la vida
empresarial
En su libro, Charles Duhigg propone
varios ejemplos de lo importante que es para las compañías entender la simple
estructura de un hábito: señal, rutina y premio.
Pepsodent: A
comienzos del siglo pasado, Claude Hopkins era considerado el rey de la publicidad.
Hopkins fue responsable de crear marcas tan famosas como Quaker, Van Camp’s y
Goodyear. Sin embargo, su mayor reto fue crear espacios para Pepsodent, la
primera pasta dental. ¿Cómo vender un producto cuando no existe el hábito de
consumirlo? La solución de Hopkins fue sencilla: primero creó una señal (la
publicidad indicaba que las personas se tocarán los dientes con la lengua para
verificar si estaban limpios) y, segundo, un premio (Pepsodent fue la primera
en crear esa sensación que hace sentir la boca limpia).
Febreze: En
los años noventa, la multinacional P&G tenía un secreto entre manos. Por
casualidad uno de sus científicos había encontrado un compuesto químico que
eliminaba cualquier tipo de olor. Con esta nueva tecnología P&G desarrolló el
producto Febreze que al comienzo fue un rotundo fracaso. Investigaciones de
mercado identificaron que las personas que más necesitaban el producto, dueños
de mascotas o fumadores compulsivos, no sentían sus propios olores. Al producto
le faltaba una señal, y por esto decidieron transformar a Febreze en un premio
para el final de la limpieza.
Autor: Carlos Andrés Vanegas
Artículo para la sección Management de la Revista Dinero
Autor: Carlos Andrés Vanegas
Artículo para la sección Management de la Revista Dinero
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