Autor:
Miguel Reyes
Estudiante
Facultad de Derecho
Universidad
de los Andes
Fuente:
Periódico Al Derecho
Noviembre
2011 – Edición 23
“(…) lo importante es que la educación es el instrumento
revolucionario que sin sangre ni violencia puede existir dentro de una
sociedad. Las sociedades revolucionan o bien por la fuerza, la violencia y el
enfrentamiento, o bien por la educación. Porque la educación, en sí misma, es
una lucha contra la fatalidad social, contra la fatalidad que hace que el hijo
del pobre, que el hijo del ignorante tenga que ser siempre ignorante (…)”
Fernando Savater.
La
universidad ofrece un amplio horizonte en el que es fundamental aventurarse a
probar y aprender por sí mismo, hacer el mejor uso de la independencia y
explotar la libertad recién adquirida. En este sentido es necesario repensar
cuál es el rol que se nos asigna como estudiantes de una universidad de élite,
qué responsabilidades tenemos y qué riesgos debemos asumir.
“Cuando
uno está educando, no está simplemente preparando gente para que desempeñe un
oficio, o para que sepa ganar dinero, o para que se someta a unas rutinas
sociales: está preparando a los gobernantes que van a dirigir al país (…)”,
dice Fernando Savater en uno de sus textos sobre la educación actual. De manera
que reducir y limitar la universidad a una acumulación de notas y a un título
resulta decepcionante, malgastante, insuficiente, verdaderamente pobre. Este es
uno de los riesgos que debemos evitar en la vida académica. No se puede caer,
como dice Estanislao Zuleta, en lo que ocurre “en la educación actual donde no
se refieren a la posibilidad de formar mejor gente sino de informarla lo más rápidamente”,
para entrenarla técnicamente y vender sus habilidades de forma eficiente.
Es
extraño entonces, que en una universidad con cerca de 13,000 estudiantes, se
perciba que éstos en su mayoría pertenecen a una misma condición social y
económica, con prejuicios generalizados, intereses y limitaciones sociales
similares. En lo personal, al entrar a la universidad no sentí ese choque con
la realidad del país, con su diversidad y su grandeza. Los Andes ni reproduce
lo que el país es, ni lo que debe ser. El profesor de la facultad de Derecho,
César Rodríguez, lo cuestionó así en una de sus columnas titulada: Las desventajas
de la educación de élite: “¿Cómo entender la situación de los cuatro millones
de desplazados, si el máximo contacto con ellos es en los semáforos? ¿Cómo
saber qué se siente ser víctima del racismo, si todos los estudiantes son del
mismo color?”.
Hoy
por hoy creo que, desgraciadamente, los Andes refuerza el resentimiento y la
desigualdad, y perpetúa la homogeneidad y las divisiones sociales de manera
indirecta e inconsciente. Desafortunadamente, la poca conciencia que tenemos de
nuestras responsabilidades, nuestro individualismo y egoísmo nos ha valido un
vergonzoso señalamiento: ‘Los uniandinos están de frente a Monserrate pero de espaldas
al país’.
Otro
riesgo típico dentro de la educación de élite, muy presente en nuestra
universidad, es el ambiente competitivo que reina en las clases. Así se instaura
la lógica según la cual “el fracaso de uno es el éxito del otro”. Es esa peligrosa
pero típica filosofía de vida colombiana de la viveza y el ‘sálvese quién
pueda’. Y peor aún, es la frustración y humillación que sienten aquellos
estudiantes que pierden “la competencia”. De esta forma, muchos dejan de lado
las responsabilidades y deberes que tienen frente a la sociedad por buscar
únicamente el reconocimiento y la satisfacción personal en una calificación.
En
este escenario, la labor del docente también adquiere un valor fundamental.
Como bien dice el filósofo colombiano Estanislao Zuleta: “(…) hay dos maneras
de ser maestro: una es ser policía de la cultura y otra es ser un inductor y un
promotor del deseo”. Admirable sería el
profesor que lograra motivar y generar la pasión por aprender en los
estudiantes sin amenazar o hacer depender el esfuerzo y el reconocimiento de
una nota. De manera que es claro: la clase no se puede limitar al
reconocimiento o al fracaso en la calificación, ni mucho menos, la universidad
puede limitarse a la clase.
Hay
que resaltar que en muchas circunstancias se tiene que aprender a hacer algo
por el simple hecho de que se tiene que trabajar para comer, sin embargo, eso
no quita que los que pueden tener una educación de calidad se dediquen
solamente a graduarse para instalarse donde les favorece el mercado. Muchos de
nosotros, a diferencia de gran parte de la población colombiana, tenemos la
oportunidad de estudiar sin tantas urgencias que atender, podemos darnos el
lujo de aprender sin afanes y por mero placer. Ojalá entonces el título
signifique algo más que una simple herramienta para mostrar donde nos
presentemos a trabajar y luego enmarcar.
De
manera que el quid del asunto está precisamente en aprovechar la universidad
para tomarse un tiempo para reflexionar, debatir, profundizar y fortalecer la
capacidad crítica. No en hacer de ella una carrera ciega y rápida, abriéndose
paso a codazos y pasando por encima del que toque.
Sacarle
verdadero provecho a la educación implica darnos cuenta de que ella no está
únicamente en el salón, en los libros o en los ilustres profesores. La
educación universitaria no debe sólo servirnos para aprender a hacer, nos debe
además enseñar a ser y a vivir. Y así lo ha dicho Fernando Savater: “Una cosa
es la buena formación en economía o en una ciencia concreta, y otra cosa es la
educación. (…) Lo que necesitamos es una educación que enseñe a vivir con los
sujetos, no sólo a manejar los objetos”.
Y
para grabárselo, vale la pena reflexionar sobre las preguntas que se hace
William Ospina en su columna Educación: “¿En qué parte de la educación formal
está incluida la formación de la sensibilidad y del criterio? Queremos una
educación que nos haga buenos profesionales y buenos operarios, pero sobre todo
necesitamos una que nos haga valientes ciudadanos, y lúcidos seres humanos.
¿Quién nos enseña a tener opiniones propias, serias, razonadas? ¿Quién nos
educa para no ser veletas bajo la manipulación de tantos poderes e intereses
que hoy controlan el mundo?” En gran medida la función de nuestra educación se
encuentra en la soledad y desde la autocrítica.
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