Cierto
día, la prestigiosa publicación británica The Economist lanzó una promoción
que, al detenerse y leerla, resultaba intrigante. Por la suscripción al
contenido en internet de la revista, más acceso a sus bases de datos desde
1997, pedían US$59. Por otra parte, para quienes quisieran recibir la revista
física en sus casas costaba US$125. En una tercera opción, The Economist
ofrecía el contenido online más la suscripción a la revista física por US$125.
No
hace falta ser muy detallista para notar que las dos últimas opciones tienen el
mismo precio. ¿Puede ser esto posible? Una de las publicaciones más influyentes
del mundo, reconocida por ser impecable con la información, ¿pudo haber
cometido un error al publicar el anuncio? No hay que ir tan rápido. Según un
estudio, cuando se le ofrecen estas alternativas al público, el 84% prefiere la
tercera opción, un 16% la primera y, por su puesto, como somos racionales,
nadie escogería la tercera. Al fin y al cabo, la última es una ganga, ¡dos por
el precio de uno!
Pero
es aquí donde los genios del mercadeo de The Economist tenían un as bajo la
manga. El mismo estudio encontró que, cuando la segunda opción no está
presente, el 68% de las personas prefieren la suscripción en internet, y solo
32% se queda con la revista. El negocio más rentable de los señores de The
Economist es vender la publicación impresa y, en este caso, lograron su
objetivo.
Ejemplos
de este tipo nos hacen pensar seriamente ¿qué tan racionales somos?
Dan
Ariely, profesor de la Universidad de Duke, es un hombre con un punto de vista
muy particular acerca del mundo. De carácter sencillo, alegre y con una gran
pasión por enseñar, Ariely hizo parte por muchos años de la Sloan School of
Management y de los prestigiosos Media Lab en MIT.
Pero
su vida tiene otra historia: siendo un joven israelí con apenas 18 años, una
explosión le causó quemaduras de tercer grado en el 70% de su cuerpo. Dan
Ariely tuvo que permanecer tres años en un hospital. Estando allí, se aisló del
mundo y empezó a entenderlo desde otra perspectiva.
Cada
mañana, las enfermeras tenían que cambiarle su vendaje. Para alguien con
quemaduras severas esta es una experiencia terriblemente dolorosa. Al parecer,
las enfermeras realizaban este procedimiento lo más rápido posible aumentando
su dolor.
Pero
con el tiempo, en una serie de experimentos él demostró que la mejor forma de
quitar las vendas era hacerlo lentamente, desde zonas con menor dolor a un
mayor grado de intensidad.
“La
pregunta era obvia. ¿Por qué las enfermeras con años de experiencia en el campo
llegaron a una conclusión tan errada”, se planteaba Ariely. Al parecer, no
somos tan racionales como creemos. Esto hizo que Dan Ariely se convirtiera en
un apasionado por entender nuestro instinto irracional. Su famoso libro Predictably irrational: the hidden forces
that shape our decisions ha sido uno de los libros de negocios más
intrigantes de los últimos tiempos.
Irracionales por naturaleza
Alguna
vez se ha preguntado, ¿por qué ordenamos una pizza y la pedimos con gaseosa
dietética? ¿Por qué nuestros compromisos de hacer dieta se desvanecen frente a
un postre en nuestras manos? ¿Qué sentido tiene sumar puntos en un
supermercado, si en una sola noche gastamos una fortuna saliendo de fiesta o en
un restaurante? ¿Por qué aplazamos nuestras tareas? ¿Cómo explicar que siempre
que nos proponemos ahorrar terminamos pidiendo prestado unos días antes de la
quincena? Y, lo más importante: ¿por qué repetimos estos errores, como si no
aprendiéramos de la experiencia?
El
profesor Ariely explica en su libro que la economía tradicional parte del
supuesto de que somos racionales en nuestras decisiones. Con esta idea en
mente, los economistas han forjado modelos de políticas de empleo, comercio o
desarrollo. Pero probablemente no deberíamos ser tan optimistas con respecto al
ser humano. ¿Qué tal si somos tan irracionales, que rayamos en la locura?
Previsiblemente desquiciados. De alguna forma se nos ha hecho creer que nuestra
vida es el resultado de decisiones racionales, como al momento de elegir
carrera, con quién casarnos, o dónde trabajar. Pero, ¿qué pasaría si realmente
no tenemos idea de lo que queremos, si simplemente estamos desnudos ante el
destino, y vamos llevando la vida con nuestra propia irracionalidad?
Por
ejemplo, Dan Ariely explica en su libro que los seres humanos “nunca tomamos
decisiones en abstracto”. Como en el ejemplo de The Economist, las personas
solo saben lo que quieren cuando las observan en contexto. Siempre estamos
buscando las ventajas relativas de una cosa a otra. Si lo piensa, uno solo
descubre lo que quiere ser en la vida cuando conoce a alguien que se ajusta a
sus ideales. O, como dice Ariely, el único sueldo que lo puede hacer feliz “es
el que es más grande que el del esposo de su cuñada”. Es por esto que decidir
no es una tarea fácil, y mucho menos cuando existen múltiples opciones en
juego.
Este
autor realiza experimentos muy interesantes que desafían la confianza en
nuestra toma de decisiones. Tan solo una variable nos puede hacer creer cosas
que en el fondo no pensamos, ni sentimos. Suponga que puede escoger entre los
planes al mismo precio: Cartagena todo incluido, Santa Marta todo incluido o
Santa Marta todo incluido menos refrigerios. Según ejercicios similares del
autor, la mayoría de las personas tienden a preferir Santa Marta todo incluido,
porque es ligeramente superior a la tercera opción, así realmente quisieran ir
a Cartagena.
Esta
es la razón por la cual a un restaurante le conviene tener un plato muy costoso
en su carta, pues aun cuando no se venda mucho, con referencia a este, el resto
nos parece económico. También es la explicación de que la mejor estrategia para
ir a una fiesta es llevar a un amigo parecido a usted, pero un poco más feo. O
el por qué no nos podemos resistir a las promociones dos en uno, o a los
productos que vienen con un poco más de contenido.
Juegos de la mente
Dan
Ariely es un explorador de la vida y del ser humano. Las calles, los centros
comerciales, las universidades, son la mejor puesta en escena para sus
experimentos. En diversos estudios Ariely comprueba nuestro instinto
irracional. Uno de nuestros desequilibrios, por ejemplo, es la fascinación por
lo gratis. En un experimento, Dan y su equipo abrieron una pequeña tienda donde
vendían “solo un chocolate por persona”.
Allí
ofrecían dos productos: una trufa suiza por tan solo US$0,15, o un pequeño
chocolate Kiss a US$0,01. ¿Usted cual elegiría? La gente en su racionalidad
escogió 73% la trufa, y solo un 27% el pequeño Kiss. Pero, ¿qué pasaría si el
pequeño Kiss fuera gratis? Inmediatamente el 69% de las personas empezó a
preferir el diminuto chocolate, y apenas un 31% se quedo con la trufa. ¿Qué tan
racional es esto? Al parecer la distancia de dos a un centavo es mínima, pero
de un centavo a gratis es abismal.
Lo
gratis nos paraliza, simplemente no nos podemos resistir, y muchas veces no
entendemos que también tiene sus costos, como cuando recibimos lo que nos dan
en una feria aun así tengamos que cargarlo hasta la casa, y terminemos por
botarlo todo a la basura.
La
mente es caprichosa según los experimentos de Ariely. Usted no lo creería, pero
cuando una pastilla para el dolor de cabeza nos cuesta unos $1.000, sentimos
que es mucho más efectiva que si solo pagamos $100, aun cuando sea el mismo
producto.
Otro
de los hallazgos valiosos de este autor es que nos acoplamos muy fácilmente a
los precios y consumos. No siempre el mercado se rige por el juego entre la
oferta y la demanda. En algún momento para su mente empezó a ser natural pagar
hasta $3.000 por un café, que puede tomarse gratis en la oficina, y esto
marcará sus consumos futuros.
Además,
con diversos estudios, Ariely comprueba que tendemos a asignarle un valor mucho
mayor a las cosas que nos pertenecen. Esto explica que, cuando alguien vende
una casa siente que vale mucho más de lo que piensa su comprador. O, también,
el dolor de alguien cuando pasa de la riqueza a la pobreza.
Irracionalmente mejores
Para
el profesor Dan Ariely, existen infinitas oportunidades en reconocer nuestra
propia irracionalidad. Él trabaja decididamente por desarrollar el campo de
estudio en formación que se conoce como Behavioral Economics, y es uno de sus
principales exponentes. ¿Por qué condenamos tan fuertemente a un ladrón de la
calle, pero muchas veces toleramos a políticos o ejecutivos empresariales que
roban miles de millones? ¿Por qué no entendemos lo que podemos llegar a hacer
en estado de excitación o embriagados?
Una
buena parte de las dificultades sociales parten de nuestra misma
irracionalidad. En un análisis con sus estudiantes en MIT, Ariely comentó en
tres cursos distintos que la nota para el semestre se basaría en cuatro
trabajos escritos. En un curso fue estricto e indicó los tiempos de entrega, en
el segundo dejó libre la posibilidad para que ellos definieran los límites de
entrega y, finalmente, los últimos tenían la libertad de entregar los cuatro
trabajos incluso hasta el final. ¿Qué grupo sacó mejores notas? Como se puede
imaginar, quienes podían entregar hasta el final, así lo hicieron, pero con la
peor calidad, y los que tenían fechas estrictas los hicieron a tiempo y
presentaron los mejores trabajos.
Pero
lo interesante es lo que pasó con el segundo grupo. Ellos pudieron escoger sus
límites y, al reconocer que uno tiende a dejar todo para el final, establecieron
fechas puntuales y presentaron trabajos casi tan buenos como el primer grupo.
El
gran mensaje del profesor Ariely es que los seres humanos tenemos la
oportunidad de aprender de nuestra irracionalidad. Si sabe que se va a gastar
todo el salario, pues deje una parte en el fondo de su empresa. Si le da pereza
ir al gimnasio, haga una cita a diario con un amigo a quien no le pueda fallar.
Si va a comprar un carro de lujo, espere y piense ¿esto realmente me hace
feliz? O, ¿puedo gastar de alguna forma mejor estos recursos? El mundo sería
muy aburrido si realmente fuéramos perfectos. Pero a veces hace falta, como
sugiere el profesor Ariely, adoptar una perspectiva distinta de la vida.
Autor:
Carlos Andrés Vanegas
Para
la sección Management de la Revista Dinero
Una locura! Lo felicito Carlos. Excelente, lo voy a imprimir y a compartir!
ResponderEliminarSencillamente revelador; muchas gracias Carlos por compartirlo
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