lunes, 6 de agosto de 2012

Adictos a lo barato

Los excesivos costos de nuestra casi patológica obsesión por precios cada vez más bajos.


Una vez la multinacional Wal-Mart contrató un estudio independiente con la firma Global Insight en donde encontró que, gracias a sus precios bajos, cada familia norteamericana ahorra en promedio US$2.500 al año. Todo un logro para esta, la primera compañía del comercio en llegar a ser la empresa más grande del mundo.

Incluso, algunas investigaciones sugieren que en donde ingresa Wal-Mart no solo se reducen los precios al mínimo en el retail sino en la economía en general. Pero, aun cuando estas cifras podrían alegrar a muchos, realmente preocupan a la profesora de periodismo de la Universidad de Boston Ellen Ruppel Shell.

Editora de la publicación The Alantic, y escritora frecuente en The Washington Post y The New York Times, entre otros, Ruppel Shell tiene una mirada distinta al impacto de nuestros desenfrenados hábitos de consumo. No hay nada que hacer, las promociones, los descuentos y los remates nos paralizan. Por alguna razón, no comprar algo que sentimos casi regalado es como si estuviéramos perdiendo dinero.

Con su provocativo libro Cheap: the high cost of discount culture, Ellen Ruppel Shell se aparta de la obsesión diaria de muchas empresas y consumidores de alcanzar precios más y más bajos. Como dicen en los mercados, ¡se pegan de una aguja! Pero no se trata de una inconformidad elitista de la autora ¿quién podría molestarse por precios bajos?

En realidad Ruppel Shell argumenta en su libro que lo barato lo pagamos todos, de formas a veces no imaginadas.

Hubo un tiempo en que los langostinos eran un lujo. De esos caprichos y placeres que el dinero puede comprar. Pero a este delicioso crustáceo la economía de mercado lo viene arrastrando de exclusivo a commodity. Ruppel Shell muestra en su libro el impresionante desarrollo tailandés en la producción de langostinos. De 33.000 toneladas de producción al año en 1987 pasaron a la impresionante cifra de 240.000 en años recientes.

Por ejemplo, hoy en día el tradicional restaurante Reb Lobster importa cerca de US$70 millones en langostinos desde Tailandia. El vigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, William McKinley, algún día planteó “la mercancía barata implica hombres baratos, y hombres baratos implican un país barato”. Ciertamente Reb Lobster puede ofrecer precios más competitivos de sus langostinos, pero son bien conocidos en la prensa internacional los problemas de abuso a la mano de obra en Tailandia.

El investigador de la Universidad de California, Arindrajit Dube, lleva años estudiando el impacto de Wal-Mart cuando ingresa a nuevas regiones. Entre 1992 y 2000 esta cadena pasó de 1.800 a 2.000 tiendas en el territorio norteamericano. El hallazgo interesante de Dube es que además de la reducción en precios con la llegada de un Wal-Mart, los salarios también tienden a caer: 1% en la economía general y 1,5% en el comercio.

En una posición muy crítica, Ellen Ruppel Shell opina que si en los tiempos de los romanos al pueblo se le distraía con panem et circenses, “el circo en nuestros tiempos son los precios bajos”. Para esta autora no es muy distinta la explotación de la mano de obra china, a lo que sucede con la clase media norteamericana, o en América Latina.

En una cita del libro el reconocido historiador Christopher Lasch alguna vez escribió “el cansado trabajador, en vez de intentar cambiar las condiciones de su trabajo, busca refugio y felicidad adquiriendo nuevos bienes y servicios”. Es decir, el argumento central de Ellen Ruppel Shell es que como ciudadanos deploramos el deterioro que conlleva una búsqueda malsana por precios bajos. Pero cuando compramos, siendo consumidores, frente a tal gangazo, lo pasamos por alto.

¿El consumidor es rey?

El premio Nobel en economía, George Akerlof, suele plantear un ejercicio hipotético para tratar de entender deficiencias en los mercados. Suponga que dos proveedores de leche están compitiendo por un cliente, pero uno de ellos rinde su leche con agua. Tarde o temprano quien hace bien las cosas no podrá resistir tal competencia desleal. Lo interesante que plantea Akerlof es que en dichos mercados se puede popularizar tanto la leche aguada que la gente ya no recordará más cómo sabe la leche normal.

Ellen Ruppel Shell plantea que como consumidores perdemos con lo barato por muchas otras vías, una de las principales la calidad. ¿Cuánto tiempo dura hoy un televisor comparado con el de décadas atrás? En opinión de la autora los mercados de hoy están hechos para comprar y desechar.

De hecho, vía precios y promociones, compramos hasta lo que no necesitamos y nunca vamos a utilizar. En su libro Predictably irrational, el autor Dan Ariely muestra cómo no nos podemos resistir frente a lo tan barato que supuestamente es “gratis”.

En su libro Ellen Ruppel Shell presenta la historia empresarial del comercio desde los pioneros comerciantes en las primeras décadas del siglo pasado, Frank Woolworth o John Wanamaker, pasando por Sears, Walton, hasta los mega outlets modernos.

En parte, ella explica un excesivo poder del comercio frente a la producción como uno de los detonantes de un mundo adicto a lo barato. Sin embargo, siendo el comercio un negocio de flujo de efectivo que requiere commodities de alta rotación, Ruppel Shell opina que la gente ha perdido en variedad.

Por otra parte, ella muestra cifras de que aunque ciertos precios han caído, como la comida, los electrodomésticos y la ropa; “esenciales” como la vivienda, la educación y, en el caso norteamericano principalmente la salud, han crecido a la estratosfera. “Hace muchas décadas no pasaba que las nuevas generaciones fueran a tener menor capacidad de ingreso que sus padres”, argumenta la autora.

Sin espacios para innovar

Los economistas contemporáneos se remontan a David Ricardo para explicar las ventajas del comercio internacional. Gregory Mankiw, ex asesor de la administración Bush, defendía la posición tradicional “de que si es más barato producir algo afuera no tiene sentido hacerlo adentro”. Claro y simple en lo que los economistas llaman un “mercado perfecto”: infinidad de compradores y vendedores logran precios cada vez más competitivos.

Pero Ellen Ruppel Shell nos hace reflexionar sobre lo que ella llama “un sistema global de explotación compartida”. El economista austriaco Joseph Schumpeter hizo famoso el término “destrucción creativa”. Pero, ¿tal vez existan límites para este proceso? En una cita del libro, el economista de Harvard Robert Lawrence argumenta “cuando los precios son demasiado bajos, la innovación es casi imposible”.

A nivel empresarial una estrategia de precios bajos es un arma de doble filo. Por una parte quienes triunfan son los que más logran bajar sus costos. Esto implica acumulación de capital en gigantes creando trabas inmensas al emprendimiento. Otras empresas tratando de competir en precios, disminuyen sus márgenes al máximo y las deudas terminan por sacarlas del mercado.

Ruppel Shell quiere dejarnos valiosos mensajes. Como consumidores tenemos que ser más responsables con nuestros hábitos. Son los consumidores, todos nosotros quienes empoderamos al comercio y la industria, y esta no es una responsabilidad para pasar por alto. Y, desde el punto de vista empresarial, existen muchas empresas que defienden sus márgenes y aquello que los hace únicos en el mercado. Competir en precios siempre será una realidad, pero no lo hacen a punta del bienestar de su gente.

Autor: Carlos Andrés Vanegas
Para la sección Management de la Revista Dinero

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