viernes, 6 de abril de 2012

Algo se queda por fuera de la educación Uniandina



Autor: Miguel Reyes
Estudiante Facultad de Derecho
Universidad de los Andes
Fuente: Periódico Al Derecho
Noviembre 2011 – Edición 23

“(…) lo importante es que la educación es el instrumento revolucionario que sin sangre ni violencia puede existir dentro de una sociedad. Las sociedades revolucionan o bien por la fuerza, la violencia y el enfrentamiento, o bien por la educación. Porque la educación, en sí misma, es una lucha contra la fatalidad social, contra la fatalidad que hace que el hijo del pobre, que el hijo del ignorante tenga que ser siempre ignorante (…)”
Fernando Savater.

La universidad ofrece un amplio horizonte en el que es fundamental aventurarse a probar y aprender por sí mismo, hacer el mejor uso de la independencia y explotar la libertad recién adquirida. En este sentido es necesario repensar cuál es el rol que se nos asigna como estudiantes de una universidad de élite, qué responsabilidades tenemos y qué riesgos debemos asumir.

“Cuando uno está educando, no está simplemente preparando gente para que desempeñe un oficio, o para que sepa ganar dinero, o para que se someta a unas rutinas sociales: está preparando a los gobernantes que van a dirigir al país (…)”, dice Fernando Savater en uno de sus textos sobre la educación actual. De manera que reducir y limitar la universidad a una acumulación de notas y a un título resulta decepcionante, malgastante, insuficiente, verdaderamente pobre. Este es uno de los riesgos que debemos evitar en la vida académica. No se puede caer, como dice Estanislao Zuleta, en lo que ocurre “en la educación actual donde no se refieren a la posibilidad de formar mejor gente sino de informarla lo más rápidamente”, para entrenarla técnicamente y vender sus habilidades de forma eficiente.

Es extraño entonces, que en una universidad con cerca de 13,000 estudiantes, se perciba que éstos en su mayoría pertenecen a una misma condición social y económica, con prejuicios generalizados, intereses y limitaciones sociales similares. En lo personal, al entrar a la universidad no sentí ese choque con la realidad del país, con su diversidad y su grandeza. Los Andes ni reproduce lo que el país es, ni lo que debe ser. El profesor de la facultad de Derecho, César Rodríguez, lo cuestionó así en una de sus columnas titulada: Las desventajas de la educación de élite: “¿Cómo entender la situación de los cuatro millones de desplazados, si el máximo contacto con ellos es en los semáforos? ¿Cómo saber qué se siente ser víctima del racismo, si todos los estudiantes son del mismo color?”.

Hoy por hoy creo que, desgraciadamente, los Andes refuerza el resentimiento y la desigualdad, y perpetúa la homogeneidad y las divisiones sociales de manera indirecta e inconsciente. Desafortunadamente, la poca conciencia que tenemos de nuestras responsabilidades, nuestro individualismo y egoísmo nos ha valido un vergonzoso señalamiento: ‘Los uniandinos están de frente a Monserrate pero de espaldas al país’.

Otro riesgo típico dentro de la educación de élite, muy presente en nuestra universidad, es el ambiente competitivo que reina en las clases. Así se instaura la lógica según la cual “el fracaso de uno es el éxito del otro”. Es esa peligrosa pero típica filosofía de vida colombiana de la viveza y el ‘sálvese quién pueda’. Y peor aún, es la frustración y humillación que sienten aquellos estudiantes que pierden “la competencia”. De esta forma, muchos dejan de lado las responsabilidades y deberes que tienen frente a la sociedad por buscar únicamente el reconocimiento y la satisfacción personal en una calificación.

En este escenario, la labor del docente también adquiere un valor fundamental. Como bien dice el filósofo colombiano Estanislao Zuleta: “(…) hay dos maneras de ser maestro: una es ser policía de la cultura y otra es ser un inductor y un promotor del deseo”. Admirable sería el profesor que lograra motivar y generar la pasión por aprender en los estudiantes sin amenazar o hacer depender el esfuerzo y el reconocimiento de una nota. De manera que es claro: la clase no se puede limitar al reconocimiento o al fracaso en la calificación, ni mucho menos, la universidad puede limitarse a la clase.

Hay que resaltar que en muchas circunstancias se tiene que aprender a hacer algo por el simple hecho de que se tiene que trabajar para comer, sin embargo, eso no quita que los que pueden tener una educación de calidad se dediquen solamente a graduarse para instalarse donde les favorece el mercado. Muchos de nosotros, a diferencia de gran parte de la población colombiana, tenemos la oportunidad de estudiar sin tantas urgencias que atender, podemos darnos el lujo de aprender sin afanes y por mero placer. Ojalá entonces el título signifique algo más que una simple herramienta para mostrar donde nos presentemos a trabajar y luego enmarcar.

De manera que el quid del asunto está precisamente en aprovechar la universidad para tomarse un tiempo para reflexionar, debatir, profundizar y fortalecer la capacidad crítica. No en hacer de ella una carrera ciega y rápida, abriéndose paso a codazos y pasando por encima del que toque.

Sacarle verdadero provecho a la educación implica darnos cuenta de que ella no está únicamente en el salón, en los libros o en los ilustres profesores. La educación universitaria no debe sólo servirnos para aprender a hacer, nos debe además enseñar a ser y a vivir. Y así lo ha dicho Fernando Savater: “Una cosa es la buena formación en economía o en una ciencia concreta, y otra cosa es la educación. (…) Lo que necesitamos es una educación que enseñe a vivir con los sujetos, no sólo a manejar los objetos”.

Y para grabárselo, vale la pena reflexionar sobre las preguntas que se hace William Ospina en su columna Educación: “¿En qué parte de la educación formal está incluida la formación de la sensibilidad y del criterio? Queremos una educación que nos haga buenos profesionales y buenos operarios, pero sobre todo necesitamos una que nos haga valientes ciudadanos, y lúcidos seres humanos. ¿Quién nos enseña a tener opiniones propias, serias, razonadas? ¿Quién nos educa para no ser veletas bajo la manipulación de tantos poderes e intereses que hoy controlan el mundo?” En gran medida la función de nuestra educación se encuentra en la soledad y desde la autocrítica.

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