A
mediados del año pasado, Eric Schmidt, el renombrado CEO de Google, comentó en
un panel sobre la reciente crisis mundial: “vamos a tener que pensar en una
salida a esta situación y son las universidades las responsables de mostrar el
camino”. Tiene sentido, en medio de las dificultades, poner los ojos en la
academia, pues como alguna vez lo dijo el matemático inglés Alfred North Whitehead
“las universidades crean el futuro”.
Además,
¿en qué otra institución del mundo es posible encontrar juntas todas las piezas
necesarias para innovar? Se estima que, tan solo en Estados Unidos, las 125
principales universidades reciben recursos y donaciones por US$250.000
millones. Estas instituciones acogen más de tres cuartas partes de todos los
Ph.D y la mayoría de los premios Nobel en ese país.
Según
el reconocido profesor de Harvard, Michael Porter, “Estados Unidos ha sido
particularmente exitoso en la tarea de convertir investigación en desarrollo
económico”. De hecho, esta nación cuenta con casi la mitad de las patentes
registradas a nivel mundial. Sin embargo, al tiempo que en plena crisis Eric
Schmidt hacía un llamado a las universidades, un cambio sin precedentes
empezaba a ocurrir. En los últimos años los recursos públicos y donaciones a
las universidades en Estados Unidos han caído más de 30%. Al parecer, viene
creciendo la percepción para muchos de que en términos de innovación, francamente,
las universidades no están haciendo bien la tarea.
“Hace falta urgentemente un ingrediente
especial en las universidades modernas: el espíritu emprendedor. Solo
cuando el emprendimiento está presente se crean los caminos para innovar”,
sostienen en su reciente libro los profesores Holden Thorp y Buck Goldstein de
la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill Engines of Innovation: the Entrepreneurial University in the
Twenty-First Century. Para estos autores, dependiendo del punto de vista,
las grandes universidades se encuentran, bien sea en una posición envidiable o
en una aterradora.
En
su famoso libro de 2007 Innovation Nation,
el experto internacional en innovación, John Kao, sostiene que los países que
quieran alejarse de las guerras de precios tienen que repensar la forma de
innovar para solucionar los problemas más grandes de la humanidad. En este
sentido, según los profesores Thorp y Goldstein, muchos les están pasando una
cuenta de cobro a las universidades pues, a pesar de tener libertad e inmensos
recursos, no han cumplido las expectativas.
“Más
que nunca, los inversionistas y filántropos quieren conocer el impacto social
de sus recursos. Hoy en día no solo es deseable que las universidades sean
fuente de innovación. Esta debería ser una prioridad nacional”, sostienen los
autores en el libro.
De
aquí surge el argumento principal de los profesores Thorp y Goldstein. “Lo
fascinante de la innovación es que todo parte de un problema. Cuando el espíritu emprendedor se incorpora
en las universidades, el potencial es infinito, ya que los grandes problemas se
convierten en grandes oportunidades”, argumentan en el libro. En síntesis, estos autores proponen que las
universidades del futuro sean instituciones que emprendan alrededor de grandes
desafíos, como la pobreza o el cambio climático. Lamentablemente, según
Thorp y Goldstein, “logros en esta dirección aún son muy limitados y, para
algunos académicos, emprendimiento se equipara con oportunismo en forma
peyorativa”.
Incluso
un segmento importante de la academia en Estados Unidos considera que algunos
efectos nocivos del establecimiento de la Ley Bayh-Dole Act de 1980 (que
permitió a las universidades en este país tener un usufructo de sus patentes)
son la pérdida de libertad y subordinación de las investigaciones académicas
hacia intereses privados. Sin embargo, para estos autores todo parte de
malentender el concepto de emprendimiento, que en términos del recordado autor
Peter Drucker significa simplemente “los emprendedores innovan”. Es decir, para
estos autores innovar en favor de la humanidad debería ser el eje rector de las
universidades.
Hacer más con menos
Están
tan íntimamente ligados el emprendimiento con la academia que, según Drucker,
no existen mejores líneas para entender su evolución que en la historia misma
de la universidad. Se reconoce a la Universidad de Berlín –fundada en 1810 por
el diplomático alemán Wilhelm von Humboldt– como la primera institución moderna
enfocada en la investigación. En Estados Unidos, la pionera fue la Universidad
de Cornell, en 1865, liderada por el fundador de la Western Union, Ezra
Cornell.
Más
tarde vinieron las universidades de investigación Johns Hopkins (1876),
Stanford (1891) y Chicago (1892) también creadas por industriales. Para el caso
de Chicago, su fundador fue el mismo John D. Rockefeller. De acuerdo con los autores
Holden Thorp y Buck Goldstein, cuando realmente se incorpora el pensamiento
emprendedor en la cultura y las conversaciones diarias en la universidad, cosas
no imaginadas pueden pasar.
Considere
el caso del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en donde se estima que
sus egresados han creado más de 5.000 compañías entre ellas Intel, Bose y Texas
Instruments. Estas empresas hoy emplean a más de un millón de personas con
ingresos anuales superiores a US$230.000 millones.
Para
los profesores Thorp y Goldstein, dos casos sobresalen como ejemplos para
quienes quieran dirigir las universidades emprendedoras del futuro. El primero
es el Langer Lab en MIT, liderado por su fundador Bob Langer. El profesor
Langer es considerado el Thomas Alva Edison de nuestro tiempo con más de 500
patentes a su nombre. Siempre enfocado en producir investigación aplicada, de
sus laboratorios han nacido compañías en sectores altamente innovadores. Otro
ejemplo es el The DeSimone Research Group en la Universidad de Carolina del
Norte en Chapel Hill. El trabajo del profesor Joe DeSimone en sus laboratorios
ha dado pie para el nacimiento de un sinnúmero de compañías.
Para
los autores Thorp y Goldstein, es lamentable que muy pocas universidades tengan
entre sus prioridades crear emprendimientos porque los resultados suelen ser
sorprendentes. Un estudio encontró que cerca de 8% de las empresas que nacen de
la investigación académica tienen el potencial de salir a bolsa y crecen muy
por encima de las empresas tradicionales.
Hacia
el futuro, cada vez más distintas fuerzas van a obligar a las universidades a
cambiar de rumbo. Thorp y Goldstein explican que las nuevas tecnologías están
permitiendo a emprendimientos pequeños hacer lo que grandes organizaciones
acartonadas no logran. En este contexto, las universidades se tienen que
despertar a la fuerza. Pero además existe una razón adicional que las
universidades no pueden pasar por alto: los
jóvenes de hoy viven apasionados con conceptos como el emprendimiento social.
Un reciente estudio encontró que la mitad de los jóvenes en Estados Unidos
desea montar su propia empresa y que la inmensa mayoría se consideran
emprendedores.
Sin
embargo, estos autores sostienen “que quienes están dentro de la academia saben
que cambiar las cosas no es una tarea fácil”. Según ellos, la principal
dificultad es el individualismo típico en la academia, pero para solucionar los
problemas más graves de la humanidad se requiere el aporte coordinado de
distintas disciplinas.
Autor:
Carlos Andrés Vanegas
Para la sección
Management de la Revista Dinero
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