domingo, 22 de enero de 2012

La élite de verdad

La verdadera élite no tiene nada qué ver con apellidos, orígenes o fortunas económicas. Eso es arribismo.


Discurso pronunciado por el ex Ministro de Minas y Energía Luis Carlos Valenzuela en la ceremonia de graduación del año 1999 de la Universidad ICESI de Cali.

Hay algo que hace mucho tiempo quiero decir y esta ceremonia de graduación es el tiempo perfecto para hacerlo.

El problema de Colombia no es un problema de guerrilla; el problema de Colombia no es un problema económico. El problema de este país es que poco a poco se quedó sin élite. Se quedó sin quién lo quiera dirigir; sin quién lo pueda dirigir. Élite. De eso quiero hablar.

La élite es la que por derecho adquirido, no heredado, dirige una sociedad.

Élite es una palabra que ha ido tomando una connotación negativa. Ha sido asociada con posiciones de derecha, con nociones de clasismo, con negaciones de democracia. Pero no, no lo es. Las élites siempre tienen que existir y no tienen relación alguna con privilegios de clase o con mayores o menores patrimonios económicos.

Élite es quien por derecho adquirido, no heredado, dirige una sociedad; quien determina patrones; quien busca salidas en momentos de crisis; quien ve más allá; quien tiene noción de historia y, por ende, noción de futuro. Élite es quien está consciente de tener más responsabilidades que derechos.

Hemos confundido elitismo con riqueza y estos dos conceptos poco o nada tienen que ver. Lo que pasa es que por aquí nos confundimos. Las carteritas con logos se compran. El derecho a ser élite, no. Terminamos confundiendo elitismo con arribismo.

Las élites no las conforman apellidos heredados. Ni el derecho a dirigir ni tan siquiera la voluntad de hacerlo nacen del impactante sonido de apellidos que tienen la triste característica de mirar con altivez el pasado, y con terror y derrotismo el futuro. Lo que hay que mirar con altivez es el futuro. Es más difícil.

Si hubiéramos tenido élites de verdad, nos hubiéramos preocupado de la bomba de tiempo social que creamos y que, ahora, con cara de cínica sorpresa, sentimos que nos puede explotar entre las manos. Hubiéramos entendido mucho antes que no solo se trata de crear riqueza, sino también, y esto es mucho más importante, se trata de crear una sociedad en la que esta riqueza pueda ser sanamente disfrutada y sanamente compartida. Así escomo debe ser; y así no es hoy.

Si hubiéramos tenido élites, no hubiéramos dejado asesinar, en forma despreocupada, a todos y a cada uno de los líderes de izquierda que quisieron hacer política por canales democráticos e institucionales. No dijimos nada y, al no decir nada, probamos que esta era una sociedad en la cual tan solo se podía hacer oposición en forma armada. ¡Qué caro nos ha costado! ¡Qué caro nos va a costar!

Si hubiéramos tenido élites, no hubiéramos dejado penetrar por toda la economía y por toda la sociedad dineros con los más tristes orígenes. Tan rápido como llegaron, se fueron. No obstante, hicieron un daño enorme. La economía del Valle del Cauca quedó sin tejido real; una falsa economía de servicios sin sector real que la soporte. El problema del Valle, no nos engañemos, va mucho más allá de una recesión normal. La economía no se dañó ayer ni su deterioro es culpa de un gobierno, un congresista o de la caída del precio del azúcar.

Cuando no hay élites que exijan, no hay gobierno. Cuando no hay gobierno, las instituciones no cumplen su función social. Se le pide a la gente que respete las instituciones, pero las instituciones no han respetado a la gente y así sí queda como difícil. ¿Dónde están las élites que debieron haber exigido gobierno, cuando gobierno no hubo?

Este país requiere gente que piense con inteligencia y con generosidad. Este país requiere futuro.

Requiere gente educada. La educación –no la riqueza, los orígenes o los apellidos– es la esencia misma de las élites. Las élites son tan o más importantes que el gobierno mismo. Las élites no se quejan, son partícipes, son esencia de cambio. Son quienes generan las ideas y, por eso, son quienes exigen resultados. Insisto, no se quejan; eso es tan pobre; tan triste; tan poca cosa.

Las élites, ustedes, son quienes saben que tienen muchas más responsabilidades que derechos y lo disfrutan.

Tienen obligación de devolver la razón de respetar las instituciones a toda esa población colombiana sumida en la más extrema miseria y en el más imperdonable olvido. Primero, sáquenla de la miseria y después sí exijan respeto. Nosotros, las generaciones anteriores, parece que tratamos de hacerlo al revés. Les aseguro, no funciona.

Tienen la obligación de reinstaurar la tolerancia, la capacidad de disentir. Que haya izquierdas y derechas con respeto; que cada uno tenga su oportunidad y que cada cual haga sus aportes. Eso ha hecho grandes a los países grandes.

Tienen la obligación de volver a enseñarnos que la política es un arte noble y que gobernar es un acto inteligente y generoso.

Tienen la obligación de no dejarnos olvidar el significado de la palabra proceso. La paz es un proceso, la reactivación económica es un proceso; lo que vale la pena no ocurre en media hora. Tienen la obligación de enseñarnos que el pasado existe y que el futuro también. Tienen la obligación de sacarnos de esta triste y mediocre coyuntura en que nosotros mismos hemos decidido enterrarnos.

Tienen, sobre todo, la obligación de ser élite. Élite en la versión más democrática y social de la palabra. Élite como a los colombianos se nos olvidó entenderla.

Tienen la obligación. Tienen el conocimiento. Tienen el país. Séanlo. 

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