Discurso pronunciado por el ex Ministro de
Minas y Energía Luis Carlos Valenzuela en la ceremonia de graduación del año
1999 de la Universidad ICESI de Cali.
Hay
algo que hace mucho tiempo quiero decir y esta ceremonia de graduación es el
tiempo perfecto para hacerlo.
El
problema de Colombia no es un problema de guerrilla; el problema de Colombia no
es un problema económico. El problema de este país es que poco a poco se quedó
sin élite. Se quedó sin quién lo quiera dirigir; sin quién lo pueda dirigir. Élite.
De eso quiero hablar.
La
élite es la que por derecho adquirido, no heredado, dirige una sociedad.
Élite
es una palabra que ha ido tomando una connotación negativa. Ha sido asociada
con posiciones de derecha, con nociones de clasismo, con negaciones de democracia.
Pero no, no lo es. Las élites siempre tienen que existir y no tienen relación
alguna con privilegios de clase o con mayores o menores patrimonios económicos.
Élite
es quien por derecho adquirido, no heredado, dirige una sociedad; quien
determina patrones; quien busca salidas en momentos de crisis; quien ve más
allá; quien tiene noción de historia y, por ende, noción de futuro. Élite es
quien está consciente de tener más responsabilidades que derechos.
Hemos
confundido elitismo con riqueza y estos dos conceptos poco o nada tienen que
ver. Lo que pasa es que por aquí nos confundimos. Las carteritas con logos se
compran. El derecho a ser élite, no. Terminamos confundiendo elitismo con
arribismo.
Las
élites no las conforman apellidos heredados. Ni el derecho a dirigir ni tan
siquiera la voluntad de hacerlo nacen del impactante sonido de apellidos que
tienen la triste característica de mirar con altivez el pasado, y con terror y
derrotismo el futuro. Lo que hay que mirar con altivez es el futuro. Es más
difícil.
Si
hubiéramos tenido élites de verdad, nos hubiéramos preocupado de la bomba de
tiempo social que creamos y que, ahora, con cara de cínica sorpresa, sentimos
que nos puede explotar entre las manos. Hubiéramos entendido mucho antes que no
solo se trata de crear riqueza, sino también, y esto es mucho más importante,
se trata de crear una sociedad en la que esta riqueza pueda ser sanamente
disfrutada y sanamente compartida. Así escomo debe ser; y así no es hoy.
Si
hubiéramos tenido élites, no hubiéramos dejado asesinar, en forma
despreocupada, a todos y a cada uno de los líderes de izquierda que quisieron hacer
política por canales democráticos e institucionales. No dijimos nada y, al no
decir nada, probamos que esta era una sociedad en la cual tan solo se podía
hacer oposición en forma armada. ¡Qué caro nos ha costado! ¡Qué caro nos va a
costar!
Si
hubiéramos tenido élites, no hubiéramos dejado penetrar por toda la economía y
por toda la sociedad dineros con los más tristes orígenes. Tan rápido como
llegaron, se fueron. No obstante, hicieron un daño enorme. La economía del
Valle del Cauca quedó sin tejido real; una falsa economía de servicios sin
sector real que la soporte. El problema del Valle, no nos engañemos, va mucho
más allá de una recesión normal. La economía no se dañó ayer ni su deterioro es
culpa de un gobierno, un congresista o de la caída del precio del azúcar.
Cuando
no hay élites que exijan, no hay gobierno. Cuando no hay gobierno, las
instituciones no cumplen su función social. Se le pide a la gente que respete
las instituciones, pero las instituciones no han respetado a la gente y así sí
queda como difícil. ¿Dónde están las élites que debieron haber exigido
gobierno, cuando gobierno no hubo?
Este
país requiere gente que piense con inteligencia y con generosidad. Este país
requiere futuro.
Requiere
gente educada. La educación –no la riqueza, los orígenes o los apellidos– es la
esencia misma de las élites. Las élites son tan o más importantes que el
gobierno mismo. Las élites no se quejan, son partícipes, son esencia de cambio.
Son quienes generan las ideas y, por eso, son quienes exigen resultados.
Insisto, no se quejan; eso es tan pobre; tan triste; tan poca cosa.
Las
élites, ustedes, son quienes saben que tienen muchas más responsabilidades que
derechos y lo disfrutan.
Tienen
obligación de devolver la razón de respetar las instituciones a toda esa
población colombiana sumida en la más extrema miseria y en el más imperdonable
olvido. Primero, sáquenla de la miseria y después sí exijan respeto. Nosotros,
las generaciones anteriores, parece que tratamos de hacerlo al revés. Les
aseguro, no funciona.
Tienen
la obligación de reinstaurar la tolerancia, la capacidad de disentir. Que haya
izquierdas y derechas con respeto; que cada uno tenga su oportunidad y que cada
cual haga sus aportes. Eso ha hecho grandes a los países grandes.
Tienen
la obligación de volver a enseñarnos que la política es un arte noble y que
gobernar es un acto inteligente y generoso.
Tienen
la obligación de no dejarnos olvidar el significado de la palabra proceso. La
paz es un proceso, la reactivación económica es un proceso; lo que vale la pena
no ocurre en media hora. Tienen la obligación de enseñarnos que el pasado
existe y que el futuro también. Tienen la obligación de sacarnos de esta triste
y mediocre coyuntura en que nosotros mismos hemos decidido enterrarnos.
Tienen,
sobre todo, la obligación de ser élite. Élite en la versión más democrática y
social de la palabra. Élite como a los colombianos se nos olvidó entenderla.
Tienen
la obligación. Tienen el conocimiento. Tienen el país. Séanlo.
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