lunes, 8 de octubre de 2012

Francamente el talento no es tan importante

Ciertas personas son tan sorprendentes en lo que hacen que nos llevan a pensar si llegaron a este mundo con un don especial. Sin embargo, algunas investigaciones sugieren que esto es más ficción que realidad.



El pedagogo húngaro László Polgár es un hombre con la convicción de que los “genios no nacen, se hacen”. Tal fue su convencimiento del hecho de que cualquier ser humano tiene el potencial para alcanzar grandes metas, que en los años 80 Polgár escribió el libro Criar genios, en el que invitaba a cualquier mujer a demostrar que juntos podrían formar una familia de genios.

Sorpresivamente, a esta propuesta poco tradicional, respondió Klara, una maestra en Ucrania. Pronto László y Klara se casaron y tuvieron su primera hija Susan. Al cumplir cuatro años decidieron entrenar a Susan para convertirla en una brillante jugadora de ajedrez, un campo reservado para hombres. La familia acumuló más de 10.000 libros sobre el tema y se dedicaron de tiempo completo a formar a Susan, a quien más tarde la acompañarían sus hermanas Zsófia y Judit.

A los 16 años, Susan se convirtió en la primera mujer en clasificar al campeonato mundial de ajedrez, aunque finalmente no le permitieron jugar. Más tarde, las tres hermanas derrotaron por primera vez al equipo soviético en las olimpiadas femeninas, convirtiéndose en héroes nacionales en Hungría. Pero más que esto, tanto Susan como Zsófia alcanzaron el título de Gran Maestro Internacional, el máximo reconocimiento en el mundo del ajedrez. Actualmente, Zsófia Polgár es considerada la mejor jugadora femenina del mundo y está en la lista de los diez primeros entre los hombres.

El mensaje es concreto, László Polgár logró demostrar que con formación y dedicación cualquier ser humano tiene el potencial para alcanzar la meta que se proponga.

En 1978, en las oficinas principales de la multinacional Procter & Gamble, en Cincinnati, compartían cubículo dos jóvenes recién graduados. Sin tener mayores cualidades destacables, uno de ellos dijo que “fuimos elegidos como los dos jóvenes con menos probabilidades de triunfar”. Sin embargo, hoy en día estamos hablando de Steven Ballmer y Jeffrey Immelt, dos de los ejecutivos más emblemáticos de los últimos tiempos.

“¿Cómo dos personas llegan inesperadamente a lo más alto de la vida empresarial? ¿Su talento, será la respuesta?”, escribe en su mejor libro Talent is Overrated: What Really Separates World-Class Performers from Everybody Else, el destacado editor de la revista Fortune, Geoff Colvin.

Este autor nos invita a mirar a nuestro alrededor. Nuestros amigos, conocidos, clientes… ¿cómo llevan su vida? ¿Qué tan buenos son en su trabajo? Según Colvin, usualmente la respuesta es: no mucho. “Incluso gente exitosa hace su trabajo solo lo necesariamente bien para seguir avanzando”, dice el autor.

Pero es muy poco probable que sean extraordinarios, sorprendentes, que se destaquen a nivel internacional.

El talento no es tan importante

Geoff Colvin documenta en su libro que un grupo de investigadores a principios de los 90, en Berlín, se lanzó en una extensa búsqueda por el talento. El objetivo del estudio era identificar por qué algunos jóvenes son mejores violinistas que otros. “Pero no pudieron encontrar este talento”, escribe con picardía.

En la renombrada Music Academy of West Berlin les pidieron a profesores dividir a sus alumnos entre buenos y excelentes. Tras explorar diversas facetas de sus vidas, los investigadores llegaron a una conclusión puntual: los mejores violinistas entendían la importancia de practicar por su cuenta, en promedio lo hicieron 24 horas semanales contra tan solo 9 de los violinistas no tan buenos.

Quien dirigió el proyecto fue el profesor de psicología de la Florida State University, Anders Ericsson, considerado una autoridad mundial en el campo del aprendizaje. Por alguna razón, cuando conocemos a alguien que descresta nuestros sentidos le atribuimos un don especial. Pero investigaciones como las que lidera el profesor Ericcson están revaluando nuestra visión convencional del talento.

Según Colvin, algunos íconos por sus increíbles cualidades innatas, como Wolfgang Mozart o Tiger Woods, nos hacen pensar que ciertos genios llegan a este mundo para triunfar. Sin embargo, olvidamos que también sus padres Leopold Mozart y Earl Woods fueron pedagogos de tiempo completo en su formación. Incluso, en su juventud, Earl Woods, siendo un fanático del deporte, escribió un libro con el título ¿Cómo entrenar un tigre?

En una ocasión, el recordado Premio Nobel de Economía, Herbert Simon, junto al académico William Chase realizaron una investigación con los mejores jugadores de ajedrez del mundo y de allí concluyeron la conocida “regla de los 10 años”. Esta indica que un ser humano tarda al menos una década de trabajo continuo para ser excelente en una actividad. Incluso, análisis del profesor Benjamin Jones de la Kellogg School of Management, muestran que cada vez el promedio de edad de los ganadores de los premios Nobel aumenta con los años (6 años en las últimas décadas).

Este es en el fondo el mensaje de Geoff Colvin. En estudio tras estudio queda clara la inexistencia de un don innato desde el nacimiento. Si bien él acepta que los genes cuentan, la determinación y el trabajo constante son la respuesta para un desempeño de talla mundial.

Practicar con convicción

Pero entonces, se pregunta Colvin, ¿qué diferencia a las personas verdaderamente excelentes de las demás? La respuesta, según este autor, tiene que ver con nuestra vaga percepción de lo que significa practicar. Al profesor Anders Ericsson se le reconoce haber desarrollado el término de “práctica deliberada”.

En su libro, Geoff Colvin muestra como el ser humano viene avanzando a pasos agigantados en diversas disciplinas. Un caso especial es el deporte. Por ejemplo, hoy en día el récord universitario en los 200 metros planos en Estados Unidos excede en 2 segundos al ganador de los Juegos Olímpicos de 1908. En la disciplina de clavado algunas figuras prohibidas hasta 1924 por peligrosas hoy son aburridas.

“Los atletas contemporáneos no son superiores porque su cuerpo sea distinto sino porque han aprendido a entrenar más eficientemente”, ilustra el autor. La idea es que el concepto de “práctica deliberada” es muy distinto a lo que hacemos la mayoría del tiempo, particularmente en las empresas.

En su libro, Geoff Colvin presenta distintos ejemplos de personajes que han alcanzado el máximo desempeño en sus categorías, entre ellos escritores, cirujanos, deportistas, empresarios y músicos, donde resalta las características de lo que significa la “práctica deliberada”.

Estas son: la práctica deliberada está diseñada específicamente para corregir y fortalecer aspectos concretos, existe una retroalimentación constante de los avances, se puede realizar en forma repetitiva y requiere de un gran esfuerzo mental.

Pero, por sobre todo, Colvin hace énfasis en que la práctica deliberada no es una actividad divertida. Diversos estudios muestran que el ser humano tiene una increíble capacidad para transformarse, tanto cerebral como corporalmente. Aquellas personas que lograron cualidades especiales, que nos descrestan, solo lograron estos objetivos trabajando constantemente fuera de su zona de confort. Esforzándose al máximo sin parar.

Sin ir muy lejos, el mensaje de Geoff Colvin es un grito para despertarnos. Uno se puede pasar la vida entera haciendo un trabajo sin percatarse de mejorar día a día. Cada actividad es susceptible de ser dominada con maestría, llámese ventas, escribir o dictar clases. La buena noticia es que está en sus manos lograrlo.


Autor: Carlos Andrés Vanegas
Para la sección Management de la Revista Dinero

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