Para
1965, año en que la república de Singapur logró su independencia, tenía un
nivel de desarrollo similar al de Jamaica. Para esa época, el PIB per cápita de
Jamaica (US$2.850 actuales) era ligeramente superior al de Singapur (US$2.650).
Ambas islas tenían en común su pequeña población, haber sido colonias
británicas, un puerto propio y una marcada vocación capitalista. Incluso,
Jamaica tenía la ventaja por su turismo y recursos naturales.
Sin
embargo, cuatro décadas más tarde, en 2006, Singapur alcanzó un PIB per cápita
de US$31.400, mientras Jamaica se había estancado en US$4.800 ¿Qué podría
explicar esta abismal diferencia? Si bien la inversión en educación,
infraestructura y la estabilidad macroeconómica en Singapur son parte
importante de la respuesta, sus políticas en favor del emprendimiento merecen
un crédito especial.
Singapur tuvo
inversiones y subsidios focalizados en industrias de alta tecnología, como el
proyecto Biopolis, una de las iniciativas en biotecnología más exitosas del
mundo. Instituciones claves como el Techno
Investment Found, el tercer fondo soberano en tamaño en el planeta, y la
agencia de apoyo al emprendimiento Spring, marcaron la diferencia. Mientras
Singapur sentó las bases de un emprendimiento de alto impacto, Jamaica quedó
relegada a un “emprendimiento por subsistencia”, según muestra el Global
Entrepreneurship Monitor (GEM).
“Por
cada experiencia exitosa de un Estado creando focos de emprendimiento como el
Silicon Valley, Tel Aviv, Bangalore, Taiwán, Dubái y las provincias de
Guangdong y Zhejiang en China, existen docenas, incluso cientos de intentos
fallidos, en los cuales los recursos públicos no han tenido ningún impacto en
la actividad emprendedora”, asegura el profesor Josh Lerner, de la Escuela de
Negocios de Harvard, en su libro Boulevard
of Broken Dreams: Why Public Efforts to Boost Entrepreneurship and Venture
Capital have Failed - and What to do About It.
Dicha
publicación llega en buen momento. A pesar de que muchos gobiernos reconocen
que el emprendimiento puede transformar una sociedad, según el profesor Lerner,
todavía nuestro entendimiento sobre el impacto y diseño de este tipo de
políticas es muy limitado. Es decir, paradójicamente, es un campo relativamente
nuevo de estudio aquel de la pregunta sobre cómo pueden los gobiernos apoyar
eficientemente a los emprendedores.
“Para
muchos gobiernos invertir en emprendimiento es como apostar en un gran casino”,
argumenta este autor. Luego de estudiar diversos casos en todo el mundo, el
profesor Lerner llegó a la conclusión de que “la inmensa mayoría de intentos
por fomentar el emprendimiento son fallidos”. Pero lo más importante, en su
opinión, es que hubiéramos podido predecir cuáles iban a fracasar.
Con
la reciente crisis financiera vimos surgir el fenómeno de gobiernos invirtiendo
inmensas cantidades de dinero en compañías en dificultades. Por ejemplo,
Estados Unidos invirtió US$150.000 millones para salvar AIG y el gobierno suizo
pagó US$60.000 millones por el 10% de UBS a pesar de que este monto equivale al
20% de su PIB. Para el profesor Lerner, es curioso que, en medio de esta
discusión, nadie se hizo esta pregunta: si los gobiernos pueden actuar como un
gran inversionista, ¿por qué hacerlo en
las empresas peor gerenciadas y no en proyectos nuevos de gran potencial?
Sin
embargo, Lerner explica que se requieren más que recursos y buenas intenciones
para triunfar apoyando a los emprendedores.
Ya
en el pasado, frente a una inmensa cantidad de recursos, como es el caso de la
burbuja de las .com a finales de los 90, se han gestado grandes problemas. Tal
vez por esto, muchos escépticos dudan del rol de los gobiernos para fomentar el
emprendimiento. De todas formas, el profesor Lerner es enfático en afirmar que “los
gobiernos son fundamentales para crear las bases de una cultura emprendedora”.
Por ejemplo, a partir de la historia empresarial demuestra que, contrario a lo
que muchos creen, la mano del gobierno en Estados Unidos fue fundamental para
crear el Silicon Valley y toda la industria de capital de riesgo, gracias a
instituciones como la American Research and Development (ADR) (1945) y la Small
Business Investment Companies (SBICs) (1958).
Concretamente,
el profesor Josh Lerner argumenta que existen tres grandes vacíos por los que
una política de emprendimiento suele fracasar: incompetencia de las personas a cargo, corrupción y falta de
conocimiento sobre el proceso del emprendimiento. Respecto al tercer
factor, está ampliamente demostrado que el emprendimiento es una actividad
riesgosa con altas tasas de fracaso que requiere de tiempo, incluso décadas,
para madurar. “Sin embargo, en la mayoría de los casos, políticos y tecnócratas
parten del supuesto de que el éxito es el resultado más probable”, argumenta en
su libro.
Adicional
a esto, el profesor Lerner opina que los gobiernos pueden organizar sus
políticas de emprendimiento en dos campos: lo primero es crear las condiciones
necesarias para que surja el emprendimiento y, luego, actividades concretas
para fomentarlo. “Los políticos suelen preferir apoyar directamente a los
emprendedores, dejando a un lado la crucial tarea de crear el ambiente propicio
para que crezcan”, explica el autor.
En lo
que el profesor Josh Lerner llama “organizar la casa para el emprendimiento”,
tal vez la tarea más difícil pero necesaria, los gobiernos deben permitir el
acceso a tecnologías de punta, simplificar las leyes, educar a los
emprendedores y crear políticas de impuestos exclusivos para ellos. Por
ejemplo, en Inglaterra, para las empresas nacientes el impuesto a la renta se
redujo del 40% al 10%. Iniciativas similares se han implementado en Estados
Unidos y otros países desarrollados.
En
cuanto a las iniciativas de apoyo directo al emprendimiento, el profesor Lerner
identificó dos tipos de desafíos: diseño
e implementación. En 2000, Malasia quiso repetir la experiencia de Singapur
invirtiendo US$150 millones en el centro de biotecnología BioValley con
resultados desastrosos y, a pesar del éxito de Dubái al crear un cluster de
tecnología, ninguno de sus vecinos lo ha podido replicar.
Es
decir, el profesor Josh Lerner explica que, respecto al diseño de políticas de
emprendimiento, la mayoría fracasan por no entender lo que quiere el mercado. “Todo
el mundo no puede hacer lo mismo”, asegura. Adicionalmente, según este autor,
es importante tener en cuenta el tamaño del programa, ni muy pequeño, que no
tenga ningún impacto, ni muy grande, que se haga burocrático, al igual que la
posibilidad de que sea flexible. Finalmente, respecto a la implementación, el
profesor Lerner sugiere prestar atención a dos aspectos centrales: la medición de los resultados y la vocación
internacional de las iniciativas.
Tel
Aviv es un caso particular que demuestra ambas consideraciones. Para fomentar
la industria de capital de riesgo, el proyecto Yozma Venture Capital arrancó en
1992 con recursos por US$100 millones y el objetivo de aliarse con las mejores
firmas de todo el mundo. Una década más tarde, estos fondos iniciales manejan
recursos por US$2.900 millones, más otras 60 nuevas firmas que suman US$10.000
millones adicionales y hacen de Israel, de lejos, el país del mundo con mayores
recursos per cápita de capital de riesgo en el mundo.
Autor:
Carlos Andrés Vanegas
Para
la sección Management de la Revista Dinero
No hay comentarios:
Publicar un comentario