Es
toda una paradoja, algunos de los hombres más afortunados del mundo, cuyo
talento y capacidad emprendedora les permite crear gran riqueza, al mismo
tiempo sufren, como pocos, el dolor de ver a sus familias destruidas.
En
ocasiones, además de construir imperios son, sin percatarse, los artífices
directos de guerras a sangre.
En
su partida, en su no retirada, o en sus deseos de mantener a sus hijos
reunidos, muchas veces siembran en terreno fértil para la amargura, las
lágrimas y la sed de venganza.
Todo
aquel que ha participado en una guerra familiar es conciente del inmenso vacío
que se siente en el corazón.
Los
enfrentamientos entre hermanos tras el trono, las alianzas entre padres e
hijos, hermanas y hermanos, todos contra uno y uno contra todos. Un día, aquel
es el del problema y, en otros tiempos, es quien nos salvará.
Los
que hacen parte de la administración versus los de afuera. Los primos, las
esposas, los cuñados. Inmenso dolor y destrucción de riqueza, que la inmensa
mayoría de las veces se pudo haber prevenido con valores y dejando a un lado la
mirada egoísta de la vida.
Muy
pocas veces alguien sale favorecido de una guerra familiar.
“La
diferencia entre una guerra familiar y las guerras convencionales consiste en
que a estas las dirige la emoción”, argumentan Grant Gordon y Nigel Nicholson,
en su famoso libro Family wars: classic
conflicts in family business and how to deal with them.
Por
supuesto, la emoción también está presente en las guerras reales. Pero, según
estos autores, de la misma manera en que los miembros de una familia trabajan
juntos, y por el cariño que se tienen logran hasta lo imposible, también pueden
llegar a tomar decisiones irracionales, como preferir ver fracasar la empresa
familiar si no se cumplen sus deseos.
Nigel
Nicholson, profesor del London Business School, y Grant Gordon, director del Institute for Family Business en
Inglaterra, recogen en su libro algunas de las batallas familiares más sonadas
de todos los tiempos.
A
pesar de la abultada literatura sobre empresas familiares, a través de estas
historias Gordon y Nicholson regresan a la esencia de la mayoría de estas
guerras. Aspectos tan básicos como la envidia, la arrogancia, el ego o la
incapacidad de ser feliz con lo que se tiene.
Caín y Abel
Tal
vez la constante en muchas de las guerras familiares sea el enfrentamiento
entre dos hermanos. Según Gordon y Nicholson, ciertas características
contribuyen a encender aún más la hoguera. Para ellos, son mucho menos
frecuentes los enfrentamientos entre hermanos y hermanas, como también entre
dos mujeres.
“Los
problemas surgen usualmente cuando a dos hermanos hombres, tras un mismo
propósito, con edades similares y personalidades diferentes, se les pone bajo
un mismo techo”, argumentan los autores.
Es
una calamidad, pero algunos de los emprendedores más exitosos de la historia
son exitosos al construir sus fortunas, pero fracasan ampliamente como padres
al inculcar valores en sus hijos. Es el caso de los Gucci, Koch, Guinness,
Redstone y McCains, entre otros.
Casi
en todas las historias que presentan Gordon y Nicholson, los emprendedores
estaban tan ocupados en sus proyectos que delegaron en otros su rol paternal.
Por
supuesto, existen varios ejemplos de hermanos que logran trabajar juntos,
respetando sus espacios y liderazgo, como los Hindujas en la India, los Mars en
Estados Unidos o los Barcley en el Reino Unido, pero la gran mayoría de las
veces es el enfrentamiento entre dos machos alfa, quienes recogen rencores del
pasado y de la infancia, el que destruye las empresas familiares.
Un
hallazgo importante en las investigaciones de Gordon y Nicholson es que
usualmente el fundador es quien motiva la unión, bajo un mismo techo, de sus
hijos varones.
Este
es el caso de la saga de los Mondavi, pioneros de la industria vinícola en
California a principios del siglo pasado. El padre emprendedor, César Mondavi,
financió los proyectos de la familia con la condición de que sus hijos Robert y
Peter trabajaran juntos en armonía.
Como
suele suceder en las guerras de familia, cosas insignificantes terminan con
resultados inesperados. Por la compra de un abrigo en 1956, ambos hermanos
emprendieron una disputa al afirmar que este se compró con dineros de la
empresa.
Dicho
encuentro tomó dimensiones inesperadas hasta que ambos hermanos tuvieron que
partir cobijas. Más tarde, Robert repetiría el mismo error con sus hijos,
Michael y Tim, quienes finalmente terminarían con la millonaria empresa.
Gordon
y Nicholson muestran casos en los que el hermano más joven hace hasta lo
imposible por destronar a su hermano mayor. Por ejemplo, después de una guerra
sangrienta entre los hermanos Dassler, a mediados del siglo pasado en Alemania,
al acabar con el negocio de su padre por sus conflictos. Adi y Rudi fundarían
Adidas y Puma, que compiten hasta nuestros días.
De padre a hijo
De
las distintas facetas de guerras familiares, el segundo aspecto al que Gordon y
Nicholson prestan atención es al tema de la sucesión. Desde los casos más
visibles, como Ford, quien con la muerte de su único hijo Edsel, en 1943, se
opuso por todos los medios a permitir el ascenso de su nieto Henry II. Tan solo
dos años antes de su muerte, a los 84, permitió que este tomara las riendas de
la compañía.
Así
mismo, el famoso empresario Tom Watson, forjador de IBM, y uno de los más
grandes emprendedores de la historia, carecía por completo de talento paternal.
Durante toda su vida desafió a su hijo Thomas Watson Jr, haciéndolo sentir
inferior. Fue un tercero, el general Follett Bradley quien le dio la confianza
al joven Watson para más tarde convertirse en el gran líder empresarial que
recuerda la historia. Pero al igual que Ford, Watson solo aceptó el poder de su
hijo justo antes de morir.
Para
Gordon y Nicholson, el poder es adictivo en las empresas familiares. Llega un
punto en que los grandes empresarios adoran tanto sus proyectos que no desean
compartirlos ni con su propia familia.
Las
dificultades y fuentes de conflicto en las empresas familiares son tan diversas
como la vida misma. Gordon y Nicholson relatan cómo estas familias se van
destruyendo por la sed de poder. Pero más allá de las anécdotas, quedan
enseñanzas.
Tal
vez el principal mensaje es que nada reemplaza la formación de valores y la
dedicación de los padres en la formación de sus hijos. Los conflictos en
familia siempre van a estar con nosotros.
Pero
si los empresarios familiares pararan por un momento su propósito de construir
imperios y empezaran a construir familias, las cosas serían distintas.
Autor:
Carlos Andrés Vanegas
Para
la sección Management de la Revista Dinero
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