Recientemente he descubierto que tal vez el tema más trascendental para tener éxito en la vida personal y profesional, se escapa por completo de la educación formal.
Estoy hablando de los sueños. Si uno lo piensa con detenimiento, son los sueños los que nos llevaron a querer educarnos en primera instancia. Es el sueño de un futuro mejor. Es el sueño de convertirnos en esa persona que anhelamos llegar a ser.
Pero en clase muy pocas veces nos hablan de los sueños. ¿De dónde surgen? ¿Cómo cultivarlos? ¿Cómo darles forma?
Parece como si los sueños de los seres humanos pasaran por allí, los colegios y las universidades, sin ser percibidos.
Aun cuando representan la fuerza vital que nos obliga a levantarnos cada mañana, los mantenemos en silencio, y les pedimos que permanezcan callados en el transcurso del día. Los sueños se quedan allí… esperando a que en algún momento que tengamos un tiempo libre les prestemos atención.
Con el tiempo su voz se opaca al punto que no los volvemos a llamar.
Craso error.
Un ser humano que no sueña tiene pocas posibilidades de ser feliz y aportar a la sociedad.
El cerebro humano está configurado para aprender de las experiencias. Es por esto que los adultos tienen la capacidad de sobrevivir mejor a las arduas exigencias del mundo y sus desafíos.
Sin embargo, hay un gran problema en este proceso. Poco a poco el ser humano empieza a realizar previsiones más ajustadas sobre sus capacidades. De lo que puede y no puede lograr. Esto es bueno y malo al mismo tiempo. Si bien se requiere de cierta prudencia en la vida… siempre vamos a necesitar la capacidad de soñar en grande.
Imaginemos toda una cátedra obligatoria que se enfoque en nuestros sueños.
Esta clase probablemente la vamos a necesitar más, mientras más crecemos. ¿Qué podemos aprender de nuestros sueños? ¿Es posible cultivar nuestra capacidad de soñar? ¿Crear y diseñar sueños más poderosos?
Todos reconocemos que detrás de cualquier logro humano, desde el más pequeño hasta el más grande, había un sueño que lo empujaba. O lo cargaba a las espaldas.
¿Por qué no enseñamos a soñar mejor? Simplemente no entiendo por qué no lo hacemos.
Estoy hablando de los sueños. Si uno lo piensa con detenimiento, son los sueños los que nos llevaron a querer educarnos en primera instancia. Es el sueño de un futuro mejor. Es el sueño de convertirnos en esa persona que anhelamos llegar a ser.
Pero en clase muy pocas veces nos hablan de los sueños. ¿De dónde surgen? ¿Cómo cultivarlos? ¿Cómo darles forma?
Parece como si los sueños de los seres humanos pasaran por allí, los colegios y las universidades, sin ser percibidos.
Aun cuando representan la fuerza vital que nos obliga a levantarnos cada mañana, los mantenemos en silencio, y les pedimos que permanezcan callados en el transcurso del día. Los sueños se quedan allí… esperando a que en algún momento que tengamos un tiempo libre les prestemos atención.
Con el tiempo su voz se opaca al punto que no los volvemos a llamar.
Craso error.
Un ser humano que no sueña tiene pocas posibilidades de ser feliz y aportar a la sociedad.
El cerebro humano está configurado para aprender de las experiencias. Es por esto que los adultos tienen la capacidad de sobrevivir mejor a las arduas exigencias del mundo y sus desafíos.
Sin embargo, hay un gran problema en este proceso. Poco a poco el ser humano empieza a realizar previsiones más ajustadas sobre sus capacidades. De lo que puede y no puede lograr. Esto es bueno y malo al mismo tiempo. Si bien se requiere de cierta prudencia en la vida… siempre vamos a necesitar la capacidad de soñar en grande.
Imaginemos toda una cátedra obligatoria que se enfoque en nuestros sueños.
Esta clase probablemente la vamos a necesitar más, mientras más crecemos. ¿Qué podemos aprender de nuestros sueños? ¿Es posible cultivar nuestra capacidad de soñar? ¿Crear y diseñar sueños más poderosos?
Todos reconocemos que detrás de cualquier logro humano, desde el más pequeño hasta el más grande, había un sueño que lo empujaba. O lo cargaba a las espaldas.
¿Por qué no enseñamos a soñar mejor? Simplemente no entiendo por qué no lo hacemos.